El lector de Julio Verne

Cuando publicó Inés y la alegría, Almudena Grandes puso de manifiesto su intención de continuar la tarea emprendida por Galdós con sus Episodios Nacionales pero, por razones evidentes al tratarse de la guerra, decidió cambiar el título de la serie por el de Episodios de una Guerra Interminable. Soy consciente de que hay mucha gente que cada vez que oye Guerra Civil lanza un suspiro de fastidio pero ¡eh! ¿cuántas películas, documentales y libros de ficción y no ficción se lanzan cada año sobre la Segunda Guerra Mundial? No sé el resto, pero personalmente no puedo imaginar cómo seríamos hoy de no ser por eso que no ha de ser nombrado y de lo que, por mucho que creamos, apenas sabemos nada objetivamente, como tampoco puedo imaginar cómo seríamos si dejáramos de asumir o disculpar, según el caso, como propios o de la otra España los crímenes cometidos o sufridos por nuestros abuelos.

El segundo volumen de la serie (nos ha prometido seis, espero que se anime a escribir más, aunque entendería que acabara hasta el moño de la Guerra Incivil y su posguerra), El lector de Julio Verne, se centra en una historia de los del monte de la sierra de Granada. En esta ocasión el protagonista es Nino, un niño de nueve años, hijo de un Guardia Civil, que, como todos los niños de su edad, tiene como máxima aspiración jugar al fútbol y que su madre, por fin, le cambie la piedra que a duras penas mantiene el calor por la botella forrada para calentarse ante los rigores invierno, como símbolo de que ya es mayor. El problema de Nino es que, aunque es muy listo, no va a dar la talla para entrar en la Guardia Civil por culpa de su reducida estatura y, por ello, sus padres deciden que estudie mecanografía. Su alternativa al ingreso en la Guardia Civil porque no va a dar la talla le llevará a conocer un mundo que desmontará todo aquello en lo que se suponía que debía creer el hijo de un Guardia Civil de posguerra.
En Fuensanta de Martos, a pesar un pueblo pequeño, hay más guardias civiles que en otros lugares mucho más grandes (uno por cada doscientos habitantes) y la razón no es otra que los del monte a los que el padre de Nino, junto con otros beneméritos tiene que dar caza porque la guerra, a pesar de lo dicho en la capital, está muy lejos de haber terminado.

Nos encontramos con una de esas historias atroces de nuestra no-tan-lejana-como-quisiéramos historia en las que los del monte pasan frío escondidos en mitad de la sierra no tanto porque no quieran volver a casa como porque no pueden, porque de hacerlo, en la mayor parte de los casos, serían ejecutados en cuanto pusieran un pie en el pueblo, es decir, en esta novela vemos como los del monte no están sólo por la lucha, que también, están en la mayor parte de los casos para seguir con vida. Pero esa historia atroz la vamos viendo a través de los ojos de un niño de nueve años que aprende a guardar secretos como la gente del pueblo para proteger a los que quiere, que tiene una moral propia y decente, que descubrirá que su historia familiar no es lo que parece, que puede espantarse ante el horror y comprender el miedo tanto como sentirlo en los demás.

El lector de Julio Verne es una novela que no puede ofender a nadie, ni siquiera a los más afines al para esto no hicimos una guerra, que tiene personajes nobles en ambos bandos, que denuncia lo denunciable, que nos pone en la piel de los que no tuvieron más opciones para sobrevivir y, sobre todo, que es real, aunque algunos personajes respondan a varias personas reales, Grandes nos enseña, una vez más, que no hace falta bucear en exceso para que algún nonagenario nos cuente lo que vivió durante los cuarenta y que esa historia parezca una novela aunque, por desgracia, no lo sea.

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