Embassytown

Portada de la edición española,
de Fantascy

Empiezo confesando que terminé el libro de China Miéville (¿qué clase de nombre de señor es China?) hará cosa de un mes pero hasta este momento no me había animado (atrevido es un término infinitamente más preciso) a reseñarlo por un único y simple motivo: Embassytown es un relato de digestión lenta, que no pesada, que exige una reflexión no ya para escribir sobre él, ojalá fuera sólo eso, sino que incluso antes de compartirlo con los amigos, antes de recomendárselo a nadie –algo que ha hecho, lógicamente, su editorial en España a la que deseo una suerte infinita en su aventura y también, locamente, unos cuantos blogueros- hay que asumir lo que se ha leído, porque cada palabra dicha cuenta en esta novela de ciencia ficción que gira en torno al lenguaje que, no olvidemos, es mucho más que decir palabras… no se hace una idea el potencial lector de Embassytown cuánto más.

La Ciudad Embajada es un pequeño núcleo urbano humano en el planeta Arieke, situado en la frontera del universo conocido, que da hogar –el planeta- a aquellos que llaman, en el colmo del ingenio, Anfitriones; los anfitriones son unos seres extraños (no se imagina el lector hasta qué punto son extraños y sólo muy al final, a base de asumir descripciones, es posible conformar una imagen mental de los mismos) e inteligentes, dotados de un lenguaje que había que descifrar pero que era sólo como primer paso porque, para comunicarse con ellos, había –y aquí estaba la dificultad- que poder producirlo… y para ello hubo que crear a los Embajadores (CalVin, HenRy, y tantos otros) que son seres plurales y singulares a la vez. El Idioma (sí, en mayúscula), su producción, es parte esencial de la vida de la Ciudad Embajada, comunicarse con los Arriekes –los anfitriones- es su privilegio por lo que la metrópoli decide enviar a su propio embajador, EzRa, que, sin querer, lo cambia todo.

Ciudad Embajada cambia con EzRa porque con la sola irrupción del ser humano ya está en proceso de cambio, porque, aun teniendo un lenguaje elaborado, los anfitriones tienen que inventar –que imaginar- nuevas realidades para poder nombrar un mundo cambiante y cada vez más amplio… Participan, embajadores y anfitriones, en lo insólito, en concursos de mentiras y se deleitan ante la visión de algo azul que, en palabras, es de un imposible rojo, mientras, a su vez, aprenden a engañar a la realidad con complicados trucos filosóficos para poder usar el Idioma y casi casi mentir… Y es que ¿qué sería de nosotros sin mentiras, sin metáforas, sin silogismos, sin símiles? ¿qué sería de nosotros sin comunicarnos?

Puede que Embassytown no sea un libro para todo el mundo, pero, al mismo tiempo, no es un libro sólo para lectores de ciencia ficción (yo no soy la más aficionada al género y me atrapó desde la primera página) porque el lenguaje es algo que nos afecta como especie y Miéville plantea un escenario en el que desarrollar una trama que nos lleva a hacernos multitud de preguntas al respecto y no obtener apenas respuestas más allá que nuestras propias conclusiones pero, al mismo tiempo, quizá sí sea un libro para todo el mundo (lo he visto reseñado, atónita me hallo, en algunos sitios como literatura juvenil), porque es la historia de un planeta que cambia con la aparición del hombre, o simplemente una aventura…

En definitiva, un libro que nos mete, sin intermediarios (narrado en primera persona con un personaje que parte de la base de que el lector sabe de qué habla) en otro mundo, en otra realidad que es la nuestra mientras estemos en la Ciudad Embajada, una ciudad viva en un mundo vivo, que se enferma –literalmente- cuando las estructuras sociales básicas se enferman y que recuerda, a ratos y remotamente, a La voz de los muertos en cuanto a la biología (no en su aspecto externo sino en principio elemental) o al mismísimo El juego de Ender en sus dificultades de comunicación sólo que, esta vez, sí fuimos capaces de comunicarnos.

Sólo un último apunte: estoy tentada de hacerme con un ejemplar en inglés, para ver cómo ha resuelto Miéville –en vez del traductor, fantástico por cierto- algunos recovecos de la trama porque, como entenderá el lector, en un libro sobre el Idioma, cada palabra cuenta, y en Embassytown hasta la tipografía del libro juega un papel en la historia… desde Calilla y Dimma no encontraba un libro en el que todo, absolutamente todo, formara parte de la trama… y eso siempre es un placer.

Cómo hablar de los libros que no se han leído

En más de un año que llevamos compartiendo esta aventura de lectura compartida, los lectores residentes de este Club de lectores 2.0 no hemos sido capaces de encontrar un solo libro que nos haya parecido fantástico a los cuatro (ahora somos cinco, véase el último párrafo), así que, en un alarde de genio, este mes se lo vamos a dedicar a un ensayo de Pierre Bayard titulado Cómo hablar de los libros que no se han leído con el que no sólo se han de perder los complejos ante la no lectura de esos libros que todo el mundo -ejem- ha leído sino que, literalmente, da lo que promete, esto es: explica cómo hablar con propiedad de los libros que no se han leído sin quedar como un cretino.

Hay que partir de la base de que Bayard es profesor de literatura y, aunque le presupongo una vasta cultura, también doy por hecho que no puede haber leído todo lo que enseña, más que nada porque yo también soy profesora de literatura (aunque en mi caso de un nivel en el que los alumnos jamás han leído un libro del temario que yo no haya leído) y ni de coña he leído -ni tengo intención- todos los libros de los que tengo que hablar en clase... y aún así puedo hacerlo con soltura y seguramente, tal y como defiende Bayard, con una precisión mayor, con más objetividad, que si los hubiera leído.

No quiero que se me malinterprete, Cómo hablar de los libros que no se han leído no es un elogio de la no lectura, sino un reconocimiento de que es más importante saber que tener una experiencia directa sobre aquello de lo que hablamos, porque, defiende Bayard, cuando tenemos una experiencia directa -esto es, cuando leemos- corremos el riesgo de caer en lo subjetivo mientras que para saber situar un libro en su contexto, establecer sus relaciones -que es lo que reside realmente la cultura- leerlo no suele sernos muy útil... Me viene a la cabeza Chesterton, un autor fundamental en la literatura al que cometí el error de leer porque me hizo gracia el título de un libro, un libro del que no podría hablar ahora de un autor supuestamente esencial al que yo no conozco... si en lugar del libro me hubiera enterado de quién es, ahora sería más culta... supongo... También me viene a la cabeza Jorge Edwards, que en El Whisky de los poetas dice que nunca encuentra a nadie que "lea" a los clásicos porque, curiosamente, todo aquel al que ve con un clásico en la mano dice estar "releyéndolo" como si haber leído (tiempo perfecto, ergo pasado) según qué libros fuera obligatorio... porque lo es ¿o no?

En definitiva es un canto a la sinceridad y un apunte sobre que es más importante, para hablar de un libro, conocerlo bien que haberlo leído, porque estas dos acciones -"conocerlo" y "leerlo"- suelen darse de bofetadas. Un ensayo de lectura ligera para una tarde de verano, divertido, bien escrito y que no se para en tecnicismos, pero que tiene, para mi gusto, un fallo garrafal, y es que se olvida de la parte de placer que da la lectura... Llevo más de quince años leyendo sólo por el placer de hacerlo, y considero que la cultura que se adquiere en los libros literarios es -o ha de ser- algo secundario, no el objeto en sí y el ensayo de Bayard va dirigido a ser más culto olvidando, por completo además, el disfrute.

Como de costumbre podéis seguir el debate en el Club de lectores 2.0 y ver las reseñas previas, además de allí, en la casa de Bichejo, Desgraciaíto, Carmen y, ahora sí que sí, Juanjo, al que damos la más calurosa de las bienvenidas... Este mes promete ser movido porque alguien tendrá que responder a una pregunta esencial: ¿para qué leemos? y a partir de ahí se me ocurren tantas otras...