El cero y el infinito


Los personajes de este libro son imaginarios. 
Las circunstancias históricas que determinan sus actos son auténticas.
Mario Vargas Llosa

Hace un par de años leí un maravilloso y espeluznante libro de Martin Amis sobre Stalin, Koba el temible, que quise reseñar en su día, y días después… y así pasaron las semanas y simplemente no fui capaz porque los crímenes que en él se describen, la nula reivindicación de sus víctimas (lo siento en el alma, no se reivindica nada si la oración tiene una adversativa y lo más común, al leer algo sobre los años de este ser salido de las entrañas del infierno, es ver cosas del tipo: Stalin era malo pero... Mató gente pero) y un largo etcétera lo fueron postergando, se me hacía demasiado cuesta arriba asumir el horror de este ensayo y mirarlo desde fuera lo suficiente como para que fuera simplemente un libro del que hablar en una reseña.

En esta ocasión, en lugar de un ensayo, tenemos una novela y eso facilita el proceso. En El cero y el infinito un personaje de ficción (¿ficción? ¿seguro?), Rubachov, antiguo héroe de la revolución, al que oímos pensar, al que oímos entrar en el juego de la Historia (sí, con mayúsculas), al que oímos abdicar gustoso y reconocerse contrarrevolucionario porque:
¿Con qué derecho nosotros, los que desaparecemos de la escena, miramos a los Gletkin con tanta altanería? Los monos debieron reírse cuando el Neanderthal hizo su aparición sobre la tierra. Los monos, altamente civilizados, se lanzaban graciosamente de rama en rama; el hombre de Neanderthal era torpe e inclinado hacia la tierra.

En El cero y el infinito de Arthur Koestler asistimos al proceso en el que alguien, acusado de contrarrevolucionario por…¿?... porque… , va entendiendo que su proceso es necesario, que su muerte es por el bien de la Revolución que él mismo llevó a cabo, que las purgas son buenas para el proceso revolucionario y que para pasar por uno de esos procesos de purga no es necesario cuestionar al líder sino, simplemente tener una opinión ¡ojo! No una opinión distinta, sino una opinión… porque, quizá, eso es individualista y los soviéticos, se ve, eran muy colectivos.

Lo peor de todo este asunto es que a Rubachov nadie le tortura para que confiese, simplemente le convencen con una lógica aplastante (la misma lógica que se usa en Corea del Norte para decir que el amado -y difunto- líder había escrito más libros que nadie en la historia, realizado innumerables proezas atléticas y jamás había ido al baño) y eso es lo que da más miedo de todo, que un proceso absolutamente perverso se sirve de la lógica porque se les escapa (no en vano los procesados aplaudieron procesos similares), conscientemente se les escapa que por mucho sentido que tengan las palabras, por muy bien construido que esté el discurso, el proceso para llegar a él, el proceso en el que el yo se borra para fundirse en la masa es contrario, por su absoluta perversión, a esa aplastante lógica que emplean.

En definitiva El cero y el infinito – ¡primer pleno del Club de lectores! por cierto- es una novela en la que se explica exactamente qué es el crimental que decía Orwell y los peligros de asumirlo y aceptarlo… o disculparlo. Vemos a Rubachov comunicarse a través de las paredes con una suerte de complicado código morse  y aceptar su destino no con resignación sino casi con deseo… y no se me ocurre nada más atroz que alguien acepte que esté bien que lo maten por… ¿pensar?… insisto, no pensar distinto, sólo pensar… o simplemente porque en una aplastante lógica incomprensible la revolución necesita deshacerse de sus líderes primigenios ¿quién sabe?

El Partido no se equivoca jamás -dijo Rubachov-. Tú y yo podremos equivocarnos. Pero el Partido, no. El Partido, camarada, es algo mucho más grande que tú y que yo y que otros mil como tú y como yo. El Partido es la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia. La Historia no tiene escrúpulos ni vacilaciones. Inerte e infalible, corre hacia su fin.

El resto de reseñas, todas encantadas ¡¡por fin!!, podéis leerlas en los sitios habituales (Desgraciaíto, Carmen y Newland) y seguir ¡y participar en los debates! en el Club de lectores 2.0.