Pepita Jiménez

Hace muchos, muchos años, tantos como 26 (¡Ay! ¡qué mayor a la par que experimentada soy!) quien esto escribe tenía un profesor de literatura que se llamaba Juan Valera, que, para más enjundia, ha sido el mejor profesor de literatura que jamás he tenido; no olviden, que, como licenciada en filología, si algo he tenido yo en la vida, han sido profesores de literatura, así que ya tuvo mérito aquel señor jovencísimo en aquel lejano curso de BUP (repito: han pasado 26 años), un crío que nos trataba como seres pensantes y que nos hablaba con pasión arrebatada de libros y autores. Fue la primera vez que oí hablar de Pepita Jiménez, no porque entrara en materia, sino porque nos pareció una casualidad curiosísima... en fin, tontás de los quince años.

La segunda vez que oí hablar de este libro fue a mi abuelo, lector voraz que perdió la vista en los últimos años y seguía leyendo gracias a la ONCE y sus libros en cinta. Fue el último libro del que hablamos, no porque fuera el último que leyera sino porque fue el último que le entusiasmó de veras. A ver, también lo estudié en la facultad, pero era uno entre tantos y, dentro del curso del realismo, estando ¡Galdós! y Clarín (de hecho intenté que, para el Club, Pepita fuera Ana Ozores o Jacinta, pero no me dejaron por extensión narrativa), Pardo Bazán y Blasco Ibáñez pues qué se yo, no me dio por leerlo... 

En definitiva, dijo la mujer perifrástica gran enemiga de la brevedad, Pepita Jiménez lleva en mi pila de pendientes más de un cuarto de siglo y de pendientes apremiantes más de quince años pero no sé por qué no ha sido hasta que he podido enredar a MG, Desgraciaíto, Carmen y Newland que me he puesto a ello... y bueno, cómo decirlo, es una novela realista -eso es un pro, me encanta el realismo como movimiento-, sin páginas y páginas de descripciones -pro-, con una prosa exquisita -pro-, pero también sin chicha a la que agarrarse; es decir, está bien, se lee rápido y sin dolor, no hay nada que chirríe en lo que cuenta, hay un juego literario que me ha parecido sensacional, pero a partir de la mitad -cuando dejamos de leer cartas- decae y se hace un poco aburrido. 

Es realismo, es decir, todo, o prácticamente todo, es previsible, me explico: sabemos cómo va a terminar porque nos pone delante seres profundamente racionales que sólo son vencidos por el amor si son jóvenes y, aún así, podrían luchar contra ello si la sociedad se lo exigiera... aunque en la vida real no sea necesariamente así (el bisabuelo de mi abuela le robó la novia a su hijo y lo desheredó; de un lado quedó el robanovias con sus nuevos hijos, todos médicos y bien situados en una ciudad de provincias, y de otro el hijo -del que yo desciendo- que tuvo que buscarse la vida) El problema es que la literatura es otra cosa, pueden tener un final de seres racionales sin aburrirnos... ¡porque a la gente le pasan cosas, señor Valera!

Pero, aún así, no puedo no recomendarlo porque, como decía, hasta la mitad es una maravilla; Valera prescinde del narrador y nos pone a un hombre que va a tomar los hábitos a escribir cartas y, aunque no vemos jamás las respuestas, las deducimos porque nosotros le diríamos exactamente lo mismo; vemos cómo el personaje se va engañando para no aceptar que se está enamorando de la misma mujer que su padre quiere convertir en madrastra, vemos cómo le mueve la culpa, cómo se niega, cómo se deja llevar, cómo trata de huir de esa situación y el proceso es tan claro, está tan bien descrito que dan ganas de aplaudir de pie... hasta que llega la segunda parte y todo se va al garete... en mi caso -confieso- se va al garete porque tenía la esperanza de que todo fueran imaginaciones suyas y Pepita no le correspondiera (conocía el final, pero yo qué sé, si algo está bien escrito me meto tanto en lo que leo que me convencí de que Santiago Nasar podía salvarse) lo cual hubiera hecho la novela infinitamente más divertida. 

En fin, si tienen un rato, léanla al menos hasta la mitad y a partir de ahí decidan si quieren seguir o no, que yo no les fuerzo.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: MG, Carmen y Newland.

No sabemos si habrá un siguiente libro del Club, si no, ha sido un placer, si sí, seguiremos sufriendo pero, sea sí o sea no, lean, lean, malditos.

Butcher's crossing

Acudimos presto a nuestra cita de cada dos meses (cada vez que pienso que al abrir esto mi idea era escribir al menos tres reseñas cada semana se me cae la cara de vergüenza) con el Club de lectores para hablar de la novela de John Williams, Butcher's crossing.

No hubiera dado crédito si hace diez años, diez meses, diez semanas, diez días o diez minutos alguien me hubiera dicho que iba a leer hasta el final, completamente atónita, y sin sufrir un libro que va -atentos- sobre el viaje iniciático de un niño pera americano del XIX que le lleva a una América aún deshabitada (y que seguramente seguirá hoy igual de vacía, qué demonios) a cazar bisontes hasta la extinción; pero sí, es eso, nada más que eso, y a pesar de una premisa tan marciana (para mí, ojo) la cuestión es que, sin que haya sido el enganche del siglo el libro, me ha gustado bastante porque el autor consigue, a pesar de un millón de defectos -qué prosa más empalagosa Jesús Jesús-, que el lector se meta si no en la historia -a ver, que va de cazar bisontes hasta la p*** extinción, es francamente difícil meterse en su piel- en el paisaje hasta el punto de que hay una parte en la que se quedan sin agua y quien esto escribe -en esa parte y sólo en esa parte en concreto- tuvo que seguir leyendo a pesar del sueño hasta que la encontraron, muerta de sed pero sin animarse a traicionar a los personajes yendo a beber agua cuando ellos no tenían. He pasado unos días un rato cubierta de polvo, he pasado un calor horroroso y un frío incluso más horroroso y, sobre todo, mucha mucha sed mientras veía horrorizada como a nadie le preocupaba que estaban acabando con los bisontes, lo sabían y les daba igual. Otro acierto, a mi entender, es que aunque es obvio que el niño pera cambia muchísimo durante el viaje, el autor no nos hace ver que hubiera encontrado el sentido de la vida, es su experiencia y sólo es aplicable a él, bien por Williams.

No me atrevo a recomendarlo muchísimo pero desde luego no lo des-recomiendo. Anímense a pasar sed, o no, anímense a ver como un personaje al que respetarán ¡a pesar de esto! está empeñado en acabar con una especie de reserva de 3000 bisontes cuando ya apenas hay, o no, yo qué sé, si les da igual la historia pero quieren sumergirse DE VERDAD en el salvaje oeste como si fuera realidad virtual, adelante.

Tienen el resto de reseñas en los sitios habituales: Mg, Desgraciaíto, Newland y Carmen.

Salvo que venza la pereza y me anime al menos a reseñar Patria de Fernando Aramburu (qué novelón, léanla por Dios) nos vemos en el siguiente libro club en dos meses con Pepita Jiménez.

Grandes Esperanzas

Una vez más, los ya no tan aguerridos miembros del Club de lectura se enfrentan a la lectura compartida de un libro que, por una vez, ha obtenido la unanimidad en positivo ¡albricias! Quizá sería interesante añadir a esta pequeña presentación, que hace un par de años, a la hora de elegir los libros, habíamos propuesto nada menos que DOS libros de Dickens, uno se descartó porque llamó más la atención otra cosa y el segundo... porque perdió el Atleti... ¿Qué añadir? YA NOS VALE. En fin, al lío.

Es conocido que Grandes esperanzas es una de las obra cumbre de Charles Dickens (o Carlitos Dickens como decía mi abuelo), una novela de aprendizaje que fue publicada en entregas y, como tal, tiene la dificultad añadida de que debe mantener al lector interesado en cada entrega, esto es, aun siendo una novela realista -cuya característica más conocida, que no principal, es que está plagada de descripciones- está escrita con un ritmo tal que nos empuja a continuar página tras página y no crean que es fácil mantener el interés en la historia de una persona sin importancia haciendo en la trama giros completamente locos que parezcan giros completamente cuerdos, no olviden que todo lo que nos cuenta es posible y, más importante aún cuando hablamos de ficciones literarias, es absolutamente verosímil.

Dickens era, además, un gran narrador de clases. En este caso nos encontramos con un niño huérfano de clase trabajadora (no tenía ni idea de cómo era una herrería y después de Grandes Esperanzas tengo la sensación de haber estado con asiduidad en una, háganse una idea de qué supone leer a Dickens), con una hermana que lo maltrata y un cuñado bobo de buen corazón que tiene su misma edad mental, que aunque es de buen conformar no tiene mayor deseo en la vida que ser un caballero. El deseo le nace que los días que pasa acompañando a una suerte de rosita la soltera que, a pesar de que en todo momento lo trata bien, no así la niña Estela, le abre las puertas a un mundo de caballeros en el que Pip se ve, y ve a su entorno, zafio y vulgar. Un golpe de suerte que no desvelaré hace que aparezca un benefactor que se haga cargo de su educación, es decir, de su conversión en caballero, una segunda etapa que, al ser una novela realista, no pasa de pronto, no es un camino de rosas, no nos pontifica sobre qué vida es mejor, sólo pasa, como pasan las cosas en la vida.

La Doña Rosita la soltera de Dickens,
fíjense si está de lo suyo que la interpreta Helena Bonham Carter.
El ritmo y la dosificación de la información en esta novela está tan bien manejado que no se hacen nada pesadas su casi 700 páginas. Vemos distintos escenarios casi como si estuviéramos en ellos, conocemos personajes que podrían ser reales -sí, incluso la eterna novia- a lo largo de una vida extraordinaria que lo es gracias a un golpe de suerte. 

Pueden leer el resto de reseñas del Club en los sitios habituales: la casa de la rubia MG, La mesa cero de Desgraciaíto, el Mundo de Carmen y la página del Club, donde encontrarán a Newland.

La gran migración

Me reúno una vez más (aunque de nuevo con cierto retraso) a mis compañeros de Club de lectores 2.0 para comentar el libro bimensual, en esta ocasión un interesantísimo ensayo sobre los movimientos migratorios cuyo título es el de esta entrada de autor alemán Ezensberger.

La única pega que se me ocurre, así de pronto, es que es un libro difícil de encontrar pero, si el lector salva ese ¿pequeño? escollo, todo lo demás son ventajas.

El libro son 33 brevísimas acotaciones (el propio autor las llama así, acotaciones) en torno a las migraciones (la humanidad lleva migrando desde que antes de llamarse humanidad), qué significa migrar, por qué motivos, qué supone esa migración, desde cuándo se da (desde siempre), etc.
Más que de conclusiones, La gran migración es un libro de preguntas que el lector debe hacerse, y es que, en torno a este tema, lo que vivimos hoy ya lo hemos vivido con anterioridad y lo viviremos en el futuro, por lo que la única conclusión del libro es que la migración es una constante, problemática, sí, pero constante, que de alguna manera todos somos migrantes (puede que no en el presente, pero lo fuimos y/o lo seremos) y por lo tanto ni la xenofobia ni el nacionalismo (también constantes) tienen sentido.
Cualquier migración desencadena conflictos, independientemente de la causa que la haya originado, de la intención que la mueva, de su carácter voluntario o involuntario, o de las dimensiones que pueda adoptar. Tanto el egoísmo de grupo como la xenofobia son constantes antropológicas previas a cualquier justificación, cuya difusión universal permite pensar que fueron anteriores a cualquier forma social conocida. Para frenar dichas constantes, pare evitar continuos baños de sangre, para posibilitar un grado mínimo de intercambio y circulación entre clanes, tribus y etnias, las sociedades antiguas inventaron los tabúes y los ritos de hospitalidad. Tales mecanismos no suprimen, sin embargo, el status de forastero; al contrario, lo consolidad. El forastero goza de hospitalidad, pero no puede quedarse.
Un poco mas adelante (la cita es toda la acotación número cinco) el autor explica, de la manera más sencilla imaginable, por qué nos sentimos dueños de la tierra que habitamos, y lo hace con la metáfora del tren: cuando llegamos a un compartimento vacío nos sentimos afortunados, repartimos nuestras pertenencias por todo el espacio; un rato después llega alguien, ya no es tan cómodo como cuando íbamos solos pero es soportable, aunque tenemos que replegar velas podremos mantener una conversación; poco después aparece un tercero y la cosa se complica un poco más, hemos entrado en complicidad con el segundo (sin necesidad de hablar con él en ningún momento, piense que no ha habido tiempo) para detestar al tercero porque ha entrado en el compartimento ¡nuestro compartimento! y pretende que le dejemos sitio; y qué decir del cuarto compañero de compartimento cuando aparece, los dos primeros ya estaban molestos con el tercero, que está, a su vez, francamente incómodo con el cuarto pero no siente la complicidad con los otros dos que tienen entre sí... todos nos hemos visto en esa situación que es tan fácilmente traducible a la tierra que pisamos: estamos en ella por casualidad, vivimos en una prosperidad que, aunque puede que contribuyamos con todas nuestras fuerzas, no hemos creado (ojalá fuera tan fácil crear bienestar como destruirlo) y nos sentimos ¿invadidos? cuando otros vienen aunque, en al mismo tiempo, nos sentimos legitimados para cambiar de compartimento si se nos hace incómodo el que aparece en nuestro billete.

La gran migración continúa, el ser humano es así, no siempre es una huida; piense, querido lector, que las fiestas de los pueblos se inventaron para evitar la endogamia.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: MG, CarmenDesgraciaíto y Newland en la página del Club.

Felicidades Anijol

Hoy es un día estupendo; por fin ha salido el sol y parece que esta vez lo ha hecho para quedarse, los pajaritos cantan, las nubes se levantan y se largan con viento fresco y, sobre todo, es el cumpleaños de ANIJOL ¡¡bieeeeeen!!

Si alguien no sabe quién en Anijol, déjenme que les dé sólo una pequeña pista para que se hagan una idea de lo estupenda que es: llevo un tiempito persiguiéndola para que me eduque al niño porque los suyos son tan estupendos que creo que me va a ser imposible hacerlo igual de bien, ni siquiera sé si seré capaz de acercarme; así que, si estaba dispuesta a confiarle (por fiiiii) la crianza de mi propio hijo con los ojos cerrados (porque se niega la jodía, que si no, allí que estaba), no hay nada que crea que pueda hacer mal, nada en lo que no sea generosa, inteligente, valiente, sagaz, divertida y un etc de adjetivos elogiosos tan largo, que necesitaría una década para terminarla.

 ¡Felicidades, Guapetona!

El príncipe

Una vez más, aunque unos días tarde (Se me cae la cara de vergüenza) me reúno con mis compañeros lectores del Club de lectura 2.0 para reseñar el libro del ¿bimes? (esto de leer cada dos meses provoca jaleos como hacerse un lío con las fechas como ha sido mi caso, o que si seguimos leyendo pegados a la fecha simplemente no llegamos). 

En fin, sin más dilaciones que no interesan a los lectores, el libro de este mes es El príncipe de Maquiavelo, un texto que debiera ser de lectura obligatoria en todos los institutos del mundo, aunque sólo fuera por la cantidad de la gente que lo cita sin tener ni la más pajolera idea de lo que va, que es como la manzana de la Biblia, que todo el mundo la cita y no existe.

La historia del libro es conocida, Nicolás de Maquiavelo, inspirándose en las andanzas de Fernando el Católico, le regala este texto a Lorenzo de Medici para ayudarle en su labor de gobernante y tras su muerte, el libro es publicado. A partir de aquí no sé si es que no se entiende bien -aunque a mi parecer Maquiavelo se explica perfectamente- o que la celebérrima el fin justifica los medios que no está con esas palabras en el texto han hecho que hayamos convertido el nombre de Maquiavelo en algo para justificar la maldad más abyecta si se persigue un fin claro... y no, no es eso, no es eso exactamente... y decimos eso sin necesidad de cebarse en el hecho de que es un texto del siglo XVI, que tenemos la manía de leerlo todo en clave presente, y aunque todo es aplicable al presente con ligeras actualizaciones, es innegable que El príncipe es, como el código de Hammurabi, en su momento un canto a la cordura y a la justicia; lo siento, jóvenes, pero que el príncipe sepa serlo a base de tener contento al pueblo, en el siglo XVI, es una suerte lo miren por donde lo miren.

Maquiavelo escribe un tratado explicándole a Lorenzo de Medici qué tiene que hacer si quiere seguir siendo gobernante, y la conclusión no es que el fin justifica los medios sino que tiene que utilizar la astucia para llegar al poder y, una vez en él, mantenerse. Tras contarnos los distintos tipos de lugares gobernables nos dirá Maquiavelo que para mantenerse en el poder no basta el miedo, no basta tener a los nobles contigo, no basta tener al pueblo contigo, no basta con ser justo... sino que el arte de la gobernanza consiste en una mezcla adecuada de todo lo anterior... y lo divertido es que todo lo que dice es aplicable a día de hoy, y de ahí su fama... ahora bien, huya de aquel aspirante al poder que lo cite porque, si lo conoce, malo, y si no lo conoce y se limita a el fin justifica los medios, peor.

Del texto me han llamado la atención un montón de cosas, pero hay un fragmento en especial a propósito del principado civil:

En todas las ciudades [con intención de aplicarlo a la actualidad entiéndase naciones] existen estas dos facciones distintas y se debe al hecho de que el pueblo no quiere ser sometido ni oprimido por los poderosos y los poderosos quieren someter y oprimir al pueblo; de estas tendencias nace en la ciudades uno de lo estos tres efectos: principado, libertad o desorden.

El mundo de hoy está muy lejos de ser un paraíso de libertad, pero son muchos los que ahora nos venden que vivimos en un principado, casi tantos como los que no hace tanto decían que eran ellos o el desorden... Las libertades que hoy disfrutamos nos han costado siglos de luchas y, como se vio durante el siglo XX, el progreso tecnológico y científico, la riqueza, la cultura, el bienestar, y la aparente felicidad, no garantizan nada, basta una crisis prolongada para mandar todas las libertades al traste. 

Soy consciente de que no es una reseña al uso, porque es francamente difícil hacerles partícipes de la lectura de un texto tan complejamente sencillo como este, salvo que se acerquen al texto, que es breve, brevísimo pero de los que pasan a la historia. Y, por cierto, si se animan, leánlo con las anotaciones de Napoleón, el megalomaniaco más enloquecido de la historia, que no le hizo caso al sabio Maquiavelo y ya saben cómo acabó la historia.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: ya están MG, Desgraciaíto, y en algún momento aparecerán las de Carmen y Juanjo.

Los viajes de Gulliver

Año nuevo, vida nueva, se suele decir; en esta ocasión, esa vida nueva es que, cansados de tanto desatino lector, hemos decidido en este, nuestro Club de lectura 2.0, darnos un respiro y en vez de leer un libro al mes, lo haremos cada dos meses (más o menos, que este bimestre se nos ha ido un poco la fecha), a ver si así conseguimos sostener esta tortura peregrina maravillosa idea de leer juntos libros que nos horrorizan fascinan.

Empezamos con un clasicazo maravilloso e hiperconocido por todo el mundo: Los viajes de Gulliver de Swift, una crítica feroz* a la sociedad inglesa de la época contada por un viajero llamado Gulliver que, ni corto ni perezoso, planta a su mujer e hijos cada dos por tres para embarcarse y perderse (literalmente, lo hace sin querer, aunque sea como el chiste del oso) por el mundo... yo no viajaría con él, porque barco que coge, barco que se va al carajo y, con la suerte que tiene este señor, no podía ir a sitios normales nooooo, tiene que encontrarse con enanitos, gigantes, caballos y gente rara por todas partes, tan rara pero, al mismo tiempo, tan curiosa (salvo los más conocidos, los liliputienses, todos son infinitamente mejores que lo que Gulliver encontrará en Inglaterra, incluidos los académicos) que cuando vuelve (años duran sus viajes) no puede convivir con los yahoos.

La novela es una sucesión de feroces críticas a todo lo criticable del entorno del autor; empieza por al ansia de poder de los gobernantes que meten a sus pueblos en guerras por cualquier peregrina diferencia que encuentran con sus vecinos al tiempo que son traicioneros y mentirosos, seguidos por una crítica directa a la Inglaterra que Gulliver simula explicar con devoción a un gigante que no da crédito ante la sarta de disparates que le están contando, para después irse a islas flotantes llenas de gente extrañísima en un totum revolutum y, finalmente, como los humanos de todos los tamaños y pelajes no le sirven para suficiente crítica, Gulliver se juntará con unos caballos que resultan ser infinitamente más civilizados que el más civilizado de los humanos.

Pareciera que he contado el libro hasta el final en unas pocas líneas, y no lo desmentiré, pero tengan en cuenta que no he entrado a fondo en el contenido, así que pueden ustedes sumergirse en una historia mil veces versionada en el cine (la última versión, que yo sepa, es infame de puro estúpida, diría que Jack Black, o quien demonios haya perpetrado eso no ha entendido un carajo) pero donde no hay una sola versión (que yo conozca) que cuente de verdad lo que de verdad importa desvelar al autor. No es tan divertido, ni tan valiente, como La isla de los pingüinos pero si ha pasado a la posteridad con tanta fuerza es porque puede leerse en su versión superficial en plan "oh, mira un enano, oh, mira, un gigante, oh, mira Laputa jijiji" y en su versión profunda, donde no deja títere con cabeza.

Pueden leer el resto de reseñas en los lugares habituales: MG, Desgraciaíto, Newland y Carmen.


*se van a hinchar a leer crítica feroz en las reseñas, mis compañeros lectores son muy mimimimi, y a pesar de eso por eso les quiero tanto.

Novelas policiacas de Pierre Lemaitre: la serie Verhoeven

Hace unos meses, por cosas del Club de lectura 2.0, leí Vestido de novia, del autor francés Pierre Lemaitre; me gustó tanto, tantísimo, que saqué de mi lista de pendientes Nos vemos allá arriba, novela que lo catapultó al paraíso de los escritores con premios de prestigio y que, además, me llevó a tomar la decisión de leer todo lo que traduzcan de este autor, pero todo, todito, todo... y ahora andamos esperando a que traduzcan más, que lo que hay me ha sabido a poco, delicioso, pero a poco.

Lemaitre tiene, además de las novelas ya citadas (profundamente inquietante una, muerte por ternura la otra) una serie de novelas policiacas de las que, de momento, se han traducido tres y que, como se ve que ya no sé leer sola, me dispongo a reseñar al tiempo que lo hace MG, pásense por su casa con frecuencia, que  como es una lectora voraz seguro que sacan de allí un montón de cosas interesantes que hacer con su tiempo.

El hilo conductor de las tres novelas es la presencia del detective protagonista, Verhoeven (qué apellido tan raro para un francés ¿no?), un hombre de muy corta estatura, con una historia personal que contar, que dibuja muy bien y que tiene una intuición muy particular que le lleva a desvelar casos que son profundamente complicados:

En la primera novela de la serie, Irene, nos encontramos con un Verhoeven que es ciertamente feliz, casado con una mujer que no es para él (en la medida en la que es normal y razonablemente feliz frente al diminuto y caustico detective) que, para mayor alegría, está a punto de dar a luz al que será su primer hijo... Ni que decir tiene que Verhoeven no contaba ni con Irene ni con su hijo en su línea vital, daba por hecho que moriría solo y amargado. Como es la primera de la serie, el autor se recrea más en detalles de la vida de Verhoeven en los que no insistirá en las demás novelas por lo que, aunque se pueden leer de forma independiente, es recomendable empezar por esta, aunque sólo sea porque las demás nos revientan su final. En esta ocasión, el detective -que conseguirá fama tras este caso- ha de enfrentarse a un asesino que mata mujeres de una forma particularmente cruel, ya que las tortura y mutila con el único objetivo de dejar una imagen espeluznante de los cuerpos y, como en las demás, le seguimos en su investigación, vamos viendo poco a poco sus avances y, a diferencia de lo que es ley en el género (Véase Poirot como ejemplo), comprendemos sus procesos mentales así como su forma de trabajar. No entraré en detalles para no destripar la trama porque, si hay algo que caracterice a este autor, es que en sus novelas cuando parece que todo empieza a aclararse se produce un giro que vuelve todo del revés y hay que empezar de nuevo a construir.

La segunda novela de la serie, Alex, empieza con el secuestro de la mujer que le da título. Lo curioso del secuestro es que Alex vive sola y parece estar muy sola en la vida, por lo que prácticamente nadie hubiera notado su ausencia (en el trabajo sí, obvio, pero acababa de dejarlo, qué casualidad) de no ser porque un hombre ve de milagro cómo se la llevan... y paro aquí porque, nuevamente, no conviene destripar más cosas sobre la trama. He de decir que si bien me gustó más Irene, el ritmo de Alex, así como sus giros en la historia, es infinitamente más intenso, hasta el punto de que si el lector comete el error de llevarlo como lectura de antes de dormir es posible que le den las tantas de la mañana. Irene es una novela muy bien construida, Alex es un sinvivir en la que nada es lo que parece. Lo curioso del asunto, es que, una vez más, aunque me gustó más Irene, reconozco con cierta sorpresa que, con la perspectiva del tiempo, Alex ha dejado un poso mucho mayor así que la pregunta que me viene a la cabeza es ¿qué novela es mejor: aquella que se disfruta leyendo en el momento pero se va borrando o aquella que se disfruta menos en el momento pero también una vez leída? pregunta ciertamente absurda dado que me han gustado mucho ambas, ea.

La tercera ¿novela?, Rosy & John en realidad no es tal, es un relato por encargo para plataformas móviles, es decir, que aunque la trama es interesante, el ritmo trepidante etc. etc. sabe a poco simplemente porque es muy breve (hecho objetivo) y los editores en España han decidido que se puede vender como novela lo que es una novela corta (y aquí entra la subjetividad, si el lector se espera una novela de la duración habitual, cuando lee fin siente cierta decepción); sépase que no tengo problemas con el precio, considero que los derechos de autor son una de las especies más maltratadas (y muy malamente explicadas por las asociaciones de los derechos que no corresponden a los libros) en este país, pero si es una novela corta se dice y ya está, no pasa nada (de hecho su duración es claramente justificable al estar pensada para leer en un teléfono móvil), no me anuncien a bombo y platillo "la nueva novela del detective Verhoeven" cuando se trata de algo que apenas llega a las 100 páginas. Dicho esto, también es muy recomendable: en esta ocasión Verhoeven se enfrenta a un señor que ha puesto una bomba en París y se entrega a la policía diciendo que hay más, que estallará una diaria hasta que dejen salir a su madre de prisión... y una vez más, hasta ahí puedo leer. A medida que avanzaba en su brevísima lectura, como ya conocía un poco más al autor, era capaz de intuir en qué momento había trampas o, mejor dicho, el lector es ya capaz de anticipar que lo que parece en principio no es lo que de verdad sucede pero, ahora bien, jamás, jamás, jamás, es posible adivinar qué realidad se esconde tras el juego de sombras que propone Lemaitre.

Entre la serie Verhoeven y el resto, cinco son las novelas traducidas de Pierre Lemaitre al castellano y, si no fuera porque me llevaría más tiempo aprender francés de lo que van a tardar en traducir las otras tres que tiene publicadas, quien esto escribe ya se había matriculado en algún curso de la Alliance française... o lo que es lo mismo, lean a Lemaitre, les guste o no el género policiaco, porque ofrece mucho más que la historia de un detective, y si le han dado el premio Goncourt por Nos vemos allá arriba -que además no es policiaca- es por una estupenda razón.

Proyecto Christie. Diez negritos

Soy consciente de que no voy a descubrirle a nadie la pólvora al elogiar esta novela de Agatha Christie, pero es que, se publique cuando se publique este post (se ha cruzado por el medio este otro proyecto), es la primera novela policiaca que leo desde que era adolescente y la primera que leo de esta autora, que siempre he mirado con cierta fascinación por su vida pero no tanto por su obra... tenía prejuicios con la policiaca, qué le vamos a hacer.

La señora Christie, siempre pensativa
Así que, como hace dos dias -desde la escritura del post, que esto, insisto, se publicará después- y por motivos de salud tenía que estar inmovilizada un par de horas, le pedí a Zor una novela que no tuviera más de 200 páginas para darle un buen achuchón en esas dos horas y terminarla cuando fuera y, tras descartar un montón de títulos de ciencia ficción, se me ocurrió que podía ser un buen momento para algo tan intrascendente como Agatha Christie; primero pensé en Asesinato en el Orient Express, historia que conozco en detalle del gritón de versiones que se han hecho en cine, pero no andaba por casa, así que opté por la que sí y qué decir de ella: una delicia cuya historia tiene también un gritón y medio de versiones pero, curiosamente, aunque las hay a montones ninguna que de las que yo conozco se ambienta en la isla del negro sino que, al tratarse de misterio y crímenes, son muchos los autores de terror que la han llevado al cine a su manera.

La historia se nos hace sencilla porque, como decía, ya nos la han contado en distintas versiones un gritón de veces, pero hay que valorar el hecho de que quien primero la contó fue la señora Christie y, por si eso no fuera suficiente, además no ha perdido ni un ápice de emoción... porque no es realmente sencilla, es complicada a más no poder, llena de giros fascinantes.

Un grupo de desconocidos son invitados a pasar una noche en una mansión de la misteriosa isla del Negro; se trata de un grupo de ocho invitados (cada uno invitado por un motivo y persona diferente) y un matrimonio de criados que se encargará de atenderles. Una vez llegan a la isla, y son aislados, vemos cómo ninguno de ellos tiene muy claro el motivo real de la invitación ni quién demonios les ha invitado... El anfitrión de todos ellos, un tal Owen al que ninguno conoce, no aparece ¡sorpresa!, y de hecho los criados tampoco lo han visto nunca (han sido contratados por una agencia) Aún así, a pesar de la extrañeza qué demonios, son british, así que deciden disfrutan de la estancia. Tras la primera cena, a la hora de servir el café, suena un disco horrible que acusa a cada uno de los presentes de un terrible asesinato. Cunde el pánico y todos niegan su culpa ofendidos, salvo dos: uno, un inconsciente que atropelló a dos niños y sólo lamenta haber perdido un año el carné de conducir, y otro que dejó morir de hambre a veinte indígenas y no lamenta nada, después de todo hablamos del Imperio Británico y eran sólo indígenas (algo estaba cambiando en Reino Unido en 1939 -curioso año ¿verdad?- cuando se puede poner a un personaje al que no se odia de entrada sin inmutarse ante ese hecho al tiempo que se pone ese hecho como un crimen perseguible y castigable).

En la casa hay dos detalles de importancia, diez pequeñas esculturas que representan a diez negritos (no me vengan con lo políticamente correcto, sé lo feo que suena negrito hoy en día, pero entiéndanme, la novela se llama así y me parece que es el nombre adecuado para las esculturas) y un poema infantil que reza como sigue:
Diez negritos se fueron a cenar;
uno se asfixió y quedaron nueve.
Nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde;
uno se quedó dormido y entonces quedaron ocho.
Ocho negritos viajaron por Devon;
uno dijo que se quedaría allí y quedaron siete.
Siete negritos cortaron leña;
uno se cortó en dos y quedaron seis.
Seis negritos jugaron con una colmena;
una abeja picó a uno de ellos y quedaron cinco.
Cinco negritos estudiaron Derecho;
uno se hizo magistrado y quedaron cuatro.
Cuatro negritos fueron al mar;
un arenque rojo se tragó a uno y quedaron tres.
Tres negritos pasearon por el zoo;
un gran oso atacó a uno y quedaron dos.
Dos negritos se sentaron al sol;
uno de ellos se tostó y sólo quedó uno.
Un negrito quedó solo;
se ahorcó y no quedó... ¡ninguno!
Después de la cena, después de escuchar esas acusaciones, el inconsciente conductor toma un trago de su copa y cae muerto; al parecer ha tomado algún veneno (uno de ellos es médico) y ha muerto asfixiado... como es un inconsciente todos dan por hecho que se ha suicidado... en realidad es que tienen algo de miedo por lo desagradable de la situación pero, dado que ninguno de ellos se siente un asesino, no tienen motivos para relacionar el disco y el poema con su propia situación. A partir de ahí, lo esperable: van cayendo como moscas y el lector tratará de saber quién es el asesino acompañando a cada personaje en su busca. 

Lo maravilloso de la novela, y es con eso con lo que yo no contaba, es que la autora va cediendo y quitando voz a cada personaje y gracias a este artificio narrativo descubriremos quién es de veras un asesino gracias a su propia confesión, sentiremos lo que ello sienten, pensaremos lo que ellos piensan  de sí mismos y de los demás a medida que van desapareciendo... ¡y eso sin saber quién es el asesino!

Así que, querido lector, pierda sus prejuicio y déjese engañar por la señora Christie, si a pesar de ser literatura policiaca -hemos perdido la inocencia tiempo ha- y de una mujer -no necesito decir más ¿verdad?- las novelas de Agatha Christie se siguen leyendo locamente es porque trascienden un género que, como decía, no me fascina, por el estilo narrativo, por el tempo y la universalidad de lo que trata.

Por qué fracasan los países

Ha llegado el momento de cerrar el año del Club de lectores y, como estamos en crisis, nos lanzamos a hacerlo (conste que la decisión del orden de los libros se tomó hace meses) con un libro que trata de explicar las diferencias que hacen que unos países sean ricos y les vaya fenomenal, es decir, triunfen, y otros sean pobres y sin apenas derechos civiles, es decir, fracasen.

Tras haber leído el libro no paraba de preguntarme si los autores, Robinson y Acemoglu, son el americano del que habla Enrique Pinti en Salsa Criolla (el espectáculo entero es maravilloso, pero, si no les interesa a los lectores, el fragmento al que me refiero es el comienzo), incapaz de comprender por qué Japón triunfa a pesar de todo y Argentina fracasa a pesar de todo.



Empecemos diciendo que el libro es sumamente interesante, se dedica principalmente a derribar los argumentos que se han venido utilizando hasta ahora para explicar el éxito o el fracaso de los países y, a base de poner ejemplos, explica -o lo intenta- por qué la geografía, la historia y la ignorancia no explican nada, Argentina y Japón serían buenos ejemplos de ello... el problema son los ejemplos que pone, excesivamente abundantes en su desarrollo que acaban aburriendo al lector, en la medida en la que tengo la sensación lecturil de que podrían haber explicado lo mismo en 150 páginas, pero noooo, Robinson y Acemoglu son de los míos, perifrásticos hasta el final. 

Otro problema que me he encontrado con el libro es que quería leerlo a base de encontrármelo referenciado y eso ha hecho que no me descubra nada nuevo -salvo los 8000 ejemplos; llevo leyendo sobre élites extractivas e incentivos desde el comienzo de la crisis y encima todas esas referencias que mencionaba las había leído en blogs, es decir, en lugares que vienen a decir más o menos lo mismo que los autores en unas pocas líneas frente a las 600 páginas del libro.

En definitiva el libro está bien y es interesante, pero excesivamente largo; da para debate, para muuuucho y largo debate y, en caso de no conocer nada de blogs económicos es posible descubrir los conceptos de los que habla (que son novedosos, conste)

Pueden leer otras reseñas en los sitios habituales: B, Carmen, Desgraciaíto y Newland.