Mostrando entradas con la etiqueta tragicomedia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta tragicomedia. Mostrar todas las entradas

La chispa de la vida


Hay una escena en Shakespeare in love en la que, cuando el autor de Romeo y Julieta le cuenta el final de la obra al dueño del teatro (le había prometido una comedia), este exclama entre lágrimas: "se van a partir de risa"


La chispa de la vida es, además del slogan de Coca-cola, la última película de Álex de la Iglesia y, como en todo lo que hace de la Iglesia, el espectador se espera una comedia; en el cine (una de tantas que se me escapó) lo anunciaban como tal, en los periódicos tres cuartos de lo mismo, en Canal+ también aparece bajo ese epígrafe... y encima está protagonizada por José Mota... que alguien me explique dónde está la gracia en semejante historia espeluznante.

Mota interpreta a un creativo publicitario en paro y al límite de sus fuerzas que sufre un accidente en unas recién descubiertas ruinas reconvertidas en museo con tan mala suerte que se queda clavado en el suelo porque un hierro se le incrusta en el cerebro y no pueden sacarlo ni a él ni al hierro... y todo en el momento en el que están abriendo el museo para la prensa. A partir de ahí todo es espectáculo, él es un creativo fracasado que decide que esa es su última oportunidad de sacar algo de un evento que le ocurra en la vida, contrata a un representante, llama a los medios, negocian exclusivas... como contrapunto está la mujer de Mota, interpretada por Salma Hayek, que es la voz de la razón y se niega a que su desgracia sea un espectáculo... y ahí es donde lo que parecía una comedia se transforma en un drama: en una película de Alex de la Iglesia al uso la mujer del protagonista sería un personaje excesivo -ya fuera hacia el drama del accidente o hacia el espectáculo del mismo- mientras que aquí es tan verosímil que nos rompe toda la suspensión de incredulidad en el histrionismo del resto y no nos queda otra que introducirnos de lleno en el drama. En definitiva es una crítica feroz -y acertada- sobre una sociedad que le cogió el apunte de los 15 minutos de fama a Wharhol al pie de la letra y convierte en espectáculo las desgracias de nadie; cuanta más desgracia, más espectáculo y cuanto más espectáculo, más efímero.

En cuanto a la interpretación de Mota (apuesta arriesgada como pocas) que es donde está el quid de la cuestión... psé, está bien -de hecho creo que ningún otro actor podría haber hecho el papel- pero es muy "José Mota", tanto que a veces parece que habla el burro de Shreck -en esos momentos quizá sea por el guión, no sé- y otras el propio Mota imitando a José Bono o Manolo Escobar... Se trata de un Mota contenido y sin grandes histrionismos peeero no deja de ser un cómico archiconocido en un papel que requiere de esos histrionismos que están pero no están (¡es Alex de la Iglesia porelamordedios!)

Por si no ha quedado claro la película, aunque no es para tirar cohetes (y yo he tirado muchos con este director) está bien, bien realizada, verosímil, juega con más o menos acierto entre los personajes histriónicos y los dramáticos... pero Alex, joder, esto se avisa.


Firmin

Salvo Rebelión en la granja es difícil, por no decir imposible, encontrar un libro protagonizado por animales (y por una repugnante rata nada menos) que no sea para críos, pero los milagros ocurren.
Lo primero que hay que decir es que para leer un libro como Firmin de Sam Savage sólo hace falta saber leer, para escribirlo, por el contrario, hace falta estar dotado de una vasta cultura -alejada de la pedantería- que a día de hoy, por desgracia, no abunda.
Firmin es la historia de un lector que tiene toda la pinta de que acabará convirtiéndose en un clásico... si es que hay justicia en el mundo. Pero Firmin es algo más, es la historia de la conciencia de uno mismo y de la incomunicación; la historia del amor y la decepción constante que es a veces la vida.

Firmin es una rata que, a base de comer libros, por casualidad, consigue aprender a leer, al tiempo que puede apreciar muchas de las cosas que encierran los libros y que a nosotros, especie superior, se nos escapan. Con un principio sencillamente espectacular en el que el falso autor de estas falsas memorias, que no es otro que la repugnante rata Firmin, reflexiona sobre lo difícil que es empezar un libro, nos embarcamos en sus vivencias y en lo difícil que es vivir cuando uno toma conciencia de sí y es incapaz de comunicarse (más allá de adiós cremallera)

La rata Firmin ama los libros, vive los libros con intensidad y, a falta de tener con quién compartir su visión del mundo, se define a través de las lecturas, será Quijote, será burgués, será bohemio y, como los personajes más interesantes de la literatura:
La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de viento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinoes de viento y a veces imagino que he atacado molinos de viento.
De su amor por los libros pasará al amor por las personas -el librero con el que vive y que hará, cuando descubre su existencia, lo que esperamos que haga y que le hará cambiar de nombre; así como el escritor para el que toca el piano-, al amor carnal por las beldades del cine que hay cerca de su casa; y el mundo, que en principio se le antoja maravilloso, se convertirá en un lugar difícil, tan, tan difícil que incluso conseguirá mirar a su infancia con su madre borrachina y sus hermanos brutos con cierto afecto:
Cuando me piden que cuente algo de mi niñez, siempre recurro a esto, para que vean lo normales que éramos.
Y todos esos pasos hacia la madurez (lo único más maduro que perdonar a los padres es comprenderlos) los va dando por casualidad: se convierte en lector porque come libros para engañar al hambre hasta que:
Me di cuenta, al principio, de que cada libro poseía un sabor distinto
y empieza a paladearlos, y de ahí a leerlos lo que le lleva a aprender, a crecer, a madurar; hasta que un día, también de casualidad, en su insistencia por ser normal (normal como somos los demás lectores aun siendo una rata) descubre una trampa -obviamente en un libro- en la que decide creer, a su manera, para ponerse en pie de igualdad con los humanos.

Lo mejor del libro es, sin duda, el estilo, la elección de las palabras que hace Firmin para contarnos su historia incluso en su traducción (doy por hecho que es una buena traducción porque, aun no conociendo el original, normalmente se nota) es de lo mejorcito que he leído en la vida. Y todo ello sin desmerecer en absoluto una historia en la que es imposible no creerse que esa repugnante rata ha aprendido a leer, es quizá una rata noruega, puede amar y ser amada y, sobre todo, puede decepcionarse y vivir intensamente, todo a la vez.

Un dios salvaje

Cuando coges a un director como Polanski y le das la posibilidad de trabajar con actores de la talla de Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly lo peor que puede salir es una película interesante... vértigo da en pensar en lo mejor ¿la paz en el mundo? ¿el final de la crisis del Euro?

Un dios salvaje está basado en una obra de teatro (God of carnage) de Yasmina Reza, autora de la archiconocida Arte, obra que vi hace mil años con Ricardo Darín... y, aunque reconozco que tiene su gracia, contra la opinión general, no me pareció para tirar cohetes (quizá la versión de Flotats fuera mejor, no sé) Pero, con Un dios salvaje nada que objetar, me parece una película (obra de teatro) redonda, de ritmo extraordinario y diálogos brillantes.

Al igual que en Arte, la premisa de la que Reza parte es muy sencilla: el hijo de nueve años de Kate Winslet y Christoph Waltz le ha partido la cara al hijo de Jodie Foster y John C. Really y, por ello, los padres del agredido convocan a los padres del agresor a una reunión en su casa para dirimir sus diferencias y evitar así un proceso legal (la criatura ha perdido dos dientes, es algo más que una pelea infantil)
Las dos parejas son muy civilizadas, unos entienden que el agresor ha actuado mal y los otros conceden que es una cosa de críos pero, al igual que en El ángel exterminador, la pareja Winslet-Waltz no consigue marcharse a casa, aunque lo intenta en varias ocasiones -se despide, sale por la puerta, llama al ascensor-, siempre hay algún comentario que los retiene y, a medida que pasa el tiempo, la situación se va descontrolando y, fuera los tabúes y la civilización, acaba siendo hilarante.

La clave de la comedia la tiene el personaje de Jodie Foster, la más civilizada de todos, un personaje maniático y puntilloso en extremo que quiere gritarle al mundo que es una madre excelente y con un sentido de la justicia superior al resto. Frente a ella se encuentra Kate Winslet que se reconoce imperfecta -y por tanto resulta más simpática- y, a medida que avanza, va sacando las uñas. Por el lado masculino tenemos a John C. Really que pasa de parecer un calzonazos de lo amabilísimo -y cargante- que resulta a sacar una vena mucho más cruda al que se contrapone Waltz -su espejo sin máscaras- que, aunque pasa la mitad de la película pegado a una blackberry, está simplemente espectacular.

En definitiva se trata de una película en la que se confirma la sensación inicial de que los personajes no son como parecen y nos vamos sintiendo más cómodos a medida que ellos se sueltan, en la que las palabras de los distintos personajes se transforman cada vez con mayor frecuencia en carcajadas para el espectador y termina como ha de terminar una película, con la sensación de que no importaría volver a verla inmediatamente.