Algo va mal

En estos días se han escrito toneladas de libros sobre la crisis, con erótico resultado, que diría Homer; libros que animan a indignarse, rebelarse, comprometerse, y un largo etc de llamadas a la acción de lo más intensas, sobre todo si partimos de la base de que sus autores son nonagenarios que se dirigen a una juventud ciudadana que tiene motivos para indignarse, qué duda cabe, pero está un tanto falta de teoría política en particular (de teoría económica ni hablamos) y de historia elemental. Además de esos libros, cuyo mérito no discuto, hay otros mucho más rigurosos (30 páginas nos pueden llevar a una reflexión, pero ¿enseñarnos algo en profundidad? ¿en serio?) en los que se analiza qué ha pasado con el mundo que creíamos que íbamos a tener en nuestro paraíso europeo esencialmente socialdemócrata.

Tony Judt es uno de los máximos especialistas mundiales en la historia europea de la segunda mitad del siglo XX, como queda evidenciado en su obra Posguerra (un tocho apasionante para leer con tranquilidad y tiempo) y, tras haber pasado no me quiero imaginar cuánto tiempo estudiando cómo avanzó el mundo occidental tras la segunda guerra mundial, hace, en Algo va mal y a propósito de la crisis, una reflexión sobre lo mal que lo hemos hecho en los últimos treinta años y, desde su punto de vista, la raíz del mal está, esencialmente, en que la izquierda tras la caída del muro de Berlín -e incluso antes- no ha sabido redefinir sus objetivos en un mundo que cada vez cambia más deprisa.

Algo va mal no es un libro de historia, no nos abruma con datos y fechas, es un libro escrito a vuelapluma en el que vemos cómo la sociedad europea que se volvió socialdemócrata casi por obligación para huir de los crímenes que había cometido contra sí misma ha conseguido, en sólo treinta años, olvidarse de su propósito esencial... y ahora vienen los lloros.

Judt analiza la socialdemocracia, fuente de nuestro estado del bienestar europeo, y analiza también la izquierda, que no supo explicar por qué era imprescindible que siguiéramos apostando siempre por el bien común y no por el individualismo que desde mediados de los sesenta nos ha metido donde nos ha metido. Nos equivocamos a la hora de pensar que la libertad es algo individual y no colectivo, que el Estado es el mal contra el que hay que luchar mientras aplaudíamos majaderías como que "bajar los impuestos también es de izquierdas"y caímos en una espiral perversa en la que nadie acepta ninguna responsabilidad.
Cuando imponen recortes en las prestaciones sociales [...] los legisladores [...] se enorgullecen de haber sido capaces de tomar "decisiones difíciles" [...] Actualmente nos enorgullecemos de ser lo suficientemente duros como para infligir dolor a otros. Si aún estuviera vigente un uso más antiguo, en virtud del cual ser duro consistía en soportar el dolor, no en imponérselo a los demás, quizá lo pensaríamos dos veces antes de valorar tan insensiblemente la eficacia por encima de la compasión.
Para no extenderme demasiado, que te quito tiempo de lectura, Judt viene a decirnos que si en esta frase sacada del libro sonríes con autocomplacencia porque crees que la culpa es de los políticos (vendría bien aquí una risa de terror) y sólo de los políticos al tiempo que defraudas impuestos y aplaudes que tu pueblo de veinte habitantes tenga ayuntamiento porque la ciudad de al lado con un millón lo tiene, consideras que el Estado tiene la obligación de darte cosas sin ver que el Estado eres tú y que lo que te dé si no es racional será a costa de otros, sacas locamente tu dinero de los bancos al tiempo que gritas que los mercaos son el mal como si tú no fueras parte de los mercaos al vaciar tu cuenta para chinchar, es porque no has entendido nada... sólo espero que cuando leas Algo va mal entiendas que lo peor de los políticos es que nos representan de puta madre y que si jode tanto es, precisamente, porque a nadie le gusta mirarse en el espejo y verse gordo y sudado.

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