Quemar la noche

En el siglo XVI, Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús, fue animada por su confesor para que contara la vida ejemplar que había llevado, para gran disgusto de los estudiantes de 3º de ESO. Pues bien, Liz Murray hace algo similar, con una diferencia, su vida no es en absoluto ejemplar, pero sí lo es, y con nota, su esfuerzo para alejarse de lo que el destino le tenía reservado.

Quemar la noche es la historia autobiográfica de alguien que el día de su nacimiento hizo su primer test por drogas -y dio positivo-, que vivió en la calle, que dejó el colegio, que vio cómo sus padres se destruyeron siempre y que, teniéndolo todo en contra, acabó licenciándose en Harvard. 

Es un libro interesante de una mujer admirable (cómo no admirar a quien, con tal de ponerse al día, hacía los deberes en el rellano de un edificio donde posteriormente dormía) donde encontramos lo esperable en la hija de unos adictos (coca inyectada y alcohol) que viven de los servicios sociales (la madre de Liz tiene una pensión de los servicios sociales porque apenas ve); encontramos hambre, toneladas de responsabilidad infantil frente al desbarajuste de los dos adultos; pero, curiosamente, también vemos que ha pasado el tiempo y que Liz no sólo ha perdonado a sus padres (leyendo el libro, por la forma de expresarse, se deduce que hay bastante terapia detrás) sino que los quiere profundamente, que siempre los quiso profundamente.

Sin que sea un libro para tirar cohetes (insisto, es interesante pero está lejos de ser fascinante) lo que me anima a recomendarlo es que Quemar la noche cuenta una historia espeluznante (por muy feliz que sea el final, por mucho que lo sepamos desde la portada, la historia es espeluznante) pero tremendamente luminosa; la autora, que no olvidemos que cuenta su propia vida, nos hace fácil la lectura a base de ocultar detalles escabrosos, sólo sabremos de lo indescriptible cuando es absolutamente necesario para avanzar en "la trama" (ya se sabe que la literatura, al contrario que la realidad, ha de ser verosímil, y Quemar la noche no es ficción literaria) y, por contra, Murray se regodeará en los claros que hay en su vida; lo buenos que fueron sus amigos cuando no tenía dónde vivir, lo motivadores que fueron sus profesores cuando decidió volver al sistema educativo que la llevó a Harvard, la cantidad de gente que la ayudó en cuanto su historia salió en el NYTimes y, en un momento en el que pareciera que para conmover o para transgredir hay que regodearse en lo desagradable, se agradece una visión optimista de que, aunque es terriblemente difícil, si se es persistente de verdad, si se tiene cariño alrededor, si no se tira la toalla, se puede vencer al destino, vaya si se agradece.

Hay un detalle, además, que me ha gustado especialmente en Quemar la noche; Murray quiere escribir un libro inspirador, y lo hace, pero cuanto más avanzaba en su vida, más patente estaba la idea de que su padre no paraba de leer entre pico y pico, que la droga se lo comió todo, salvo su amor por la lectura (y por sus hijas, salvo que tuviera que elegir entre darles de comer y picarse, que entonces ganaba el pico) y esa pasión se la transmitió a sus hijas sólo a base de que lo vieran leer y tuvieran libros alrededor. La literatura como refugio ante la adversidad y como cimiento es una buena idea, porque es terriblemente sencilla, si los niños ven a sus padres leer y tienen libros para ellos, leerán.

Como es costumbre puedes seguir -y participar- el debate sobre el libro aquí, en el Club de lectores 2.0, y leer el resto de reseñas también en sus respectivos blogs, es decir, el de Bichejo, DesgraciaítoCarmen y el nuevo y rutilante fichaje, Mirichán.

5 comentarios:

  1. Me gusta lo de Bichecho.. XDDD

    Yo estoy bastante de acuerdo contigo, más que con Carmen y Bichejo. A mí me ha gustado, me gusta la historia, me gusta su capacidad de no guardar rencor y la parte en la que se da cuenta de que solo ella es responsable de su vida a partir de ese momento. Me gusta que aproveche la oportunidad que se le da (que igual podían no habérsela dado) y que tenga presente de donde viene y a donde podría volver.

    Me ha resultado emocionante, no por su calidad literaria que no es mucha, sino por su ejemplo, aunque sea un caso único o uno entre un millón.

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  2. Ups, ya está corregido... en qué estaría yo pensando ;P

    A mí me ha gustado, pero no empezó gustándome o, mejor dicho, la infancia me gustó pero la adolescencia se me hizo bola de tal manera que, si lo terminé, fue porque tenía curiosidad por saber cómo demonios había llegado a Harvard en vista de que seguía y seguía y su vida no se encauzaba... Y entonces llega la oportunidad que se le da y la aprovecha, y eso me ha encantado (no tanto que se le dé, que como bien dices podían no haberlo hecho, como el hecho de que la aproveche ante tantos obstáculos)

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  3. Gracias por tu bienvenida y también por tu crítica. Creo que de todas las que he leído la tuya es la más benévola con Liz y por eso me ha gustado mucho leerla... porque reconozco que en algunos momentos de la historia pensé "esta chica se lo está inventando todo" y cuando ví su foto dije "jopetas, y encima es mona y tiene los dientes perfectos".

    Creo que has sido capaz de hacer un "Liz Murray", es decir, quedarte con lo bueno de libro. Y eso para mi tiene mucho y gran mérito!

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  4. Como siempre, da gusto leerte. "historia espeluznante pero luminosa..." ya no hay que decir mucho más.
    Yo no había caído en que podría haber recibido terapia. Es más, no lo parece.

    Yo ya he dicho que lo que me molesta es que la mala calidad rebaja toda la potencia de la historia. Y estoy de acuerdo que se lee mejor cuando se sale del mundo infantil y empieza "la verdadera historia". o sea, cómo ha salido de eso.

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  5. Es que parece por mi reseña que no me ha gustado y no es así. Sí me ha gustado, a pesar del aire telefilmesco.

    Mi mayor problema es que está el 90% del libro contando toooodas sus penas y cuando empieza a irle bien, que es lo chulo, mete el turbo...seguramente sea por lo que comentas de taaaanta terapia y todo eso, que no lo quiera contar.

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