Las intermitencias de la muerte

De Saramago me gusta todo lo que he leído y, aunque no he leído todo lo que ha escrito (sonará estúpido, pero cuando terminé de leer a Benedetti me sentí huérfana -y eso que los últimos... en fin- así que he decidido dosificarme) he leído suficientes libros suyos como para afirmar de manera rotunda que su fama, el Nobel y todos los elogios que reciba son absolutamente merecidos.

Los libros de Saramago más interesantes -desde mi punto de vista- parten de un what if y, en el caso de Las intermitencias de la muerte, nos encontramos con que en ese país que Saramago nunca cita la gente, simplemente, ha dejado de morirse, pero no para seguir viviendo sanos y felices sino para pasar a un estado de suspenso de la vida.

Según todas las religiones del libro nos morimos porque aquellos padres primigenios que no tenían ombligo desobedecieron una orden bien sencilla (por cierto, estoy pensando seriamente en la posibilidad de reseñar la Biblia, un libro que todo el mundo, creyente o no, debería leer) y fueron expulsados del paraíso por lo que, en principio, que la muerte haya dejado de existir en un lugar pequeño de la tierra es positivo -como una especie de reconciliación-, tan positivo que dan ganas de hacer las maletas para mudarse allí y vivir para siempre... pero no todo es tan sencillo.

Saramago nos plantea que la muerte ha dejado de existir (aunque sólo en un lugar) y a lo largo del libro vamos viendo cómo las funerarias empiezan a quebrar, junto con las aseguradoras, observamos cómo las piezas de la pacífica vida que conocemos empieza a caer, una tras otra, como fichas de dominó... Los parientes que -felizmente- habían dejado de morirse empiezan a convertirse en una carga, los hospitales están llenos y, como la muerte sólo ha desaparecido en un lugar, vemos cómo los familiares empiezan a cruzar la frontera con sus vivos, para cabreo del país vecino y la consiguiente prohibición, surgen negocios ilegales al respecto y un largo etcétera que sólo podía pergeñar un genio de la talla de Saramago.

El libro es una delicia de principio a fin (aunque conozco a una fan absoluta de Saramago que lo detesta, no puedo entender por qué, aunque hable -a su manera- de la muerte, a mí me parece el más divertido de sus libros) escrito con el peculiar estilo de Saramago, con sus largas frases, con sus párrafos kilométricos que te obligan a contener el aliento y no te dejar respirar hasta que los terminas. La magia de este autor es que siempre parte de una premisa que parece sencilla (aunque jamás lo es) y que tiene que ver con que el hombre pierde algo, sólo una cosa, y aprende a seguir viviendo en la ausencia... ¡ay! la capacidad de adaptación es infinita, digan lo que digan.

Lo curioso es que he hablado mucho de este autor con mucha gente y, al contrario que mis contertulios, a mí me parece optimista en sus planteamientos; cierto es que en sus libros todo se descontrola, pero de ellos emerge también una fuerza vital para la adaptación al mayor de los desastres e, incluso en los que más desasoiego producen (de los que llevo el mejor y más espeluznante fue, sin duda, El ensayo sobre la ceguera, quizá porque fue el primero) hay algún personaje, aunque sólo sea uno, que nos devuelve la fe en nuestra especie imperfecta, egoísta y absurda.


Game change

En el año 2000 creímos haber visto la elección americana más hilarante jamás imaginada, con aquellas incomprensibles papeletas mariposa, con aquellos votos nulos vete tú a saber por qué, y, sobre todo, con su eterno recuento de papeletas y todo lo que vino después. Pero, como dice Allen, lo peor de los récords es que están hechos para ser superados y, en 2008, la política americana decidió poblar nuestras pesadillas con la posibilidad, a un latido de corazón, de que un ser salido del mismísimo averno, se convirtiera en la política más poderosa de la tierra... como si no hubiéramos tenido suficiente con los ocho años de Bush.

Game change es la historia de una metedura de pata descomunal, a saber: Obama es un crack de la comunicación que encandiló a todo el mundo (hasta el punto de que le dieron un Nobel de la Paz y aún estamos esperando que se gane) así que la campaña de McCain necesita dar un golpe de timón y, para ello, se les ocurre que la mejor manera de hacerlo –y al principio estuvieron a punto de lograrlo- es postular para la vicepresidencia a una mujer que encandila un rato pero que es, como se ve en la película, una analfabeta funcional: Sarah Palin… Si escoges a alguien con un bonito envoltorio pero no tienes tiempo de comprobar lo que hay en el interior pasa lo que pasa.

En la película nos encontramos a un sensato McCain interpretado por Ed Harris (magistral, como siempre), a un asesor de campaña interpretado por Woody Harrelson (ídem), y a una inconcebible –pero absolutamente real- Sarah Palin encarnada por Julianne More que lo hace tan bien y está tan bien caracterizada que en los anuncios surge la duda de si realmente es ella.




Vemos la evolución de Palin en la campaña, descubrimos que es mucho más analfabeta de lo que parece –y mira que era difícil- observamos con horror que se va creciendo –y descontrolando- a medida que aumenta nuestro saber de ella y, lo peor de lo malo de lo horrible, que ha venido para quedarse. Hay escenas hilarantes (sus desconocimientos de política exterior llevan a los asesores a ponerla delante de un mapa y señalarle Alemania) que dejan de serlo cuando acaba la cinta y recordamos que todo lo que hemos visto es real. Hay toneladas de cosas que ya hemos visto –noticias reales e incluso la archiconocida parodia de SNL- mezcladas con lo que no vimos, las reacciones de Palin y los suyos –a su pesar- ante sus meteduras de pata y ante sus éxitos.

Puede que no te interese un carajo la política, aunque todo sea política, pero la película te va a gustar porque la historia está, sencillamente, muy bien contada. Además, recuerda, esta encantadora de serpientes metió la pata lo suficiente en público para matar sus posibilidades (espero que también las futuras) y, como vemos en Game change, también lo hizo detrás de las cámaras (la película está basada en un libro cuya veracidad nadie ha negado) así que por el bien de la humanidad, échale un vistazo, sobre todo si votas allí, no sea que Palin perfeccione su dotes de actriz, se aprenda todas las respuestas de memoria, y algún día tengamos que sufrirla de verdad.

Créeme, respirarás aliviado después de verla y, sólo tendrás una duda ¿cómo demonios alguien así llegó a ser gobernadora de Alaska? Es que ni para la comunidad de vecinos oiga…

El descenso

Decíamos ayer... sí, sí, decíamos ayer literalmente que me encanta el terror en el cine, así que como no podía ser de otra manera (detesto esa dichosa muletilla, y de ahí la cursiva ¿desde cuándo las cosas no pueden ser de otra manera?) también me gusta mucho la literatura de terror pero, en el caso de los libros, he de confesar que he leído muy poco al respecto y, de hecho, he dudado bastante antes de calificar El descenso de Jeff Long como un libro de terror pero, como la contraportada de mi ejemplar en inglés dice(1)
"The Descent is simply the best horror novel since Ghost Story"
¿quién soy yo para contradecirlo? Pues ¡ea! como libro de terror se queda...

Los primeros capítulos de El descenso cuentan varias historias extrañas y aparentemente inconexas: un guía en el Himalaya que pierde a su equipo tras ver a un hombre salvajemente crucificado, una monja que escucha un extraño lenguaje a base de clicks en una perdida aldea africana (por este y otro detalle del libro, ninguno de suma importancia, es innegable que Jeff Long ha leído El informe de Brodie, libro también esencial en la vida, como todo lo de Borges que no rime(2)) una fosa común de Bosnia custodiada por cascos azules que, de pronto, empieza a registrar movimientos entre los cadáveres del fondo... Todas estas historias comienzan pero no terminan, es decir, nos ponen la miel en los labios y nos matan de tensa curiosidad de tal manera que no queda otra que seguir leyendo para saber qué demonios ocurre, qué es lo que se mueve, qué son esas extrañas marcas que aluden aparentemente a ritos satánicos... Llegados a este punto yo ya estaba absolutamente enganchada, quien me habló del libro no había ido tampoco más allá así que, aunque no desvelaría demasiado y seguiría siendo parte de "el comienzo" a partir de aquí, si lees esto y quieres saber más (un poco más, mi intención es que lo leas, no destrozarte el libro), lo único que tienes que hacer es seleccionar a partir de aquí:

Hubo un tiempo, hace miles de años, en el que la humanidad se dividió en dos, por un lado quedó el hombre en la superficie, que somos nosotros y, por otro, un grupo de humanos (o alguna otra especie antes de que podamos hablar de humanos como tal) decidió vivir bajo tierra. Cuando la humanidad descubre una civilización en las grutas bajo tierra, rica en todo, decide aprovechar los recursos y manda miles de personas al subsuelo; a causa de la presión, los que pasan allí varios meses, y a pesar de las comodidades de esa civilización abandonada, empiezan a experimentar deformaciones -muy resumido, les salen, entre otras cosas, cuernos- hasta que, un día, todos desaparecen cuando son atacados por los otros seres, los del subsuelo, es decir, de abandonada nada... A partir de aquí, un grupo multidisciplinar decide investigar qué hay realmente ahí abajo porque si es posible que haya existido una figura que diera lugar a Jesucristo, es decir, un Jesucristo histórico lo lógico es que, a la vista del aspecto que tienen los que bajan, también haya un Satán histórico y es lo que se proponen encontrar, las raíces del mito.

El descenso es un libro largo pero no le sobra una sola palabra, no se extiende demasiado en descripciones inútiles sino que describe lo que necesitamos para estar donde están los personajes, para ver lo que ellos ven con todo lujo de detalles necesarios. Es uno de esos libros que nos llevan a preguntarnos ¿y por qué no? ya que todo encaja, ya que quizá no ahora -no vemos esas cosas en las noticias- pero ¿y dentro de unos años? 
Hemos conquistado una pequeñísima parte del espacio cercano pero, seamos sinceros, de lo que hay bajo nuestros pies no sabemos prácticamente nada más allá de una sucesión de mitos tenebrosos. Como decía al principio considerarla una novela de terror quizá sea excesivo, pero sí es cierto que al enfrentarnos a sus páginas el corazón se acelera y nos hace mirar con cierta aprensión lo que tenemos bajo los zapatos.

Y, para terminar, hay una película con el mismo título y cuyo argumento recuerda muy vagamente al primer capítulo de esta historia (y su posterior desarrollo) pero es importante no confundirse; el parecido se debe a que hay guionistas con muy mala leche y un cero en originalidad, la película es francamente mala.


(1)Confesión número 2: lo leí en castellano y me gustó tanto tanto que cuando mi hermano me vio leyendo libros en inglés, de los de improve your English, me lo regaló, para ver si me animaba, pero no, es sencillamente fascinante pero son 600 páginas de letra chiquitusca, me quedan demasiados libros que leer en la vida y me agoto... Pero no descarto volver a leerlo en castellano un día de estos (nota de la nota: decía un profesor mío que aprovecháramos para leer mucho en aquellos tiempos, que se llega a cierta edad en la que todo empiezan a ser relecturas)
(2)Odio al Borges poeta tanto como adoro al contador de cuentos... es que ni sus haikus me gustan oiga...

Películas con demoños

Me encanta el cine de terror y no, no recuerdo la última vez que una película me dio miedo o, lo que es lo mismo, desde que dejé la infancia he podido estar más o menos en tensión viendo algo pero, tal y como está el patio, las fuerzas sobrenaturales me la traen al pairo porque miedo, lo que se dice miedo de verdad -de ese que te hace encajarte en una esquina abrazándote las rodillas mientras cantas bajito y te balanceas- sólo lo siento leyendo el periódico. Esta perorata tiene que ver con que, volviendo al principio, me encanta el cine de terror pero, por desgracia, es francamente complicado encontrar una película del género que alcance siquiera la etiqueta de digna (aunque haberlas haylas... si me concentro quizá llegue a recordar diez en toda mi vida -sobs- entre otras cosas porque las cintas de este género suele envejecer bastante en un mundo que genera cada día miedos nuevos) Aunque, todo hay que decirlo, una de las grandes ventajas que tenemos hoy es que el happy ending ¡por fin ha abandonado el edificio! ya que, si los ricos también lloran, los protagonistas de las películas de terror también pueden morirse ¡hombreya! que eso de que siempre se salvaran reventaba cualquier posibilidad de tensión en el final más terrorífico.

Una de las grandes fallas del género tiene que ver con que van por modas y explotan los éxitos hasta que nos matan de aburrimiento; en la actualidad están las de asesinos hiperrencorosos (las detesto) las de infectados que no son zombis pero sí pueden ser demonios (de estas hay varias bastante dignas) las de fantasmas diversos (de todo, como en botica) y, el gran clásico del género (salvando los vampiros con o sin sparkle, los hombres lobo musculados o no abofeteables y Frankenstein y su prole) que son aquellas que tienen que ver con el mal absoluto, el demoño in person.


En estas últimas hay de todo, con lo fácil que hubiera sido quedarse con la mejor película de terror que se ha rodado EVER, y que no es otra que El exorcista (mira tú por dónde, con el libro sí que pasé miedo) película que tiene unos cuantos años y que algún iluminado cometió la herejía de continuar con dos secuelas absurdas (la segunda es tan infame que la tercera, que ha envejecido fatal, se anunciaba como la auténtica segunda) y una precuela nefasta. Pero, como decía, ahora están de moda, si no no se explica cómo es posible que en los últimos años se hayan rodado tantas con el mismo argumento, por poner sólo algunos ejemplos:

Basadas en hechos reales (já)

El exorcismo de Emily Rose - Vaya por delante que, aunque está lejos de ser una obra maestra, no es del todo mala porque, al igual que en la madre de todas las películas del demoño, la premisa de la que parte tiene más que ver con el terror psicológico que con el demoño-demoño... y se insiste una y otra vez en que es un caso real (busca Emily Rose en Google y compruébalo tú mismo). Emily es una chica dulce y aplicada que va a la universidad y es allí poseída y exorcizada, o eso dirán, tras su muerte durante el exorcismo, durante el juicio sobre el que gira la trama... Personalmente considero que hubiera sido mucho más interesante si se hubiera quedado con la idea de que no se sabe realmente qué pasó con Emily, es decir, si al igual que en libro de El exorcista no se hubiera afirmado con rotundidad que Emily estaba realmente poseída... siempre es mejor dejarlo en duda (lo que hubiera ganado la madre de todas ellas sin la imagen de Karras poseído hay que ver) ¡si incluso se pueden usar exactamente las mismas imágenes sin afirmarlo!

El rito - es sabido, a nada que veamos tres películas con demoño, que la única iglesia oficial que acepta sin ruborizarse una pizca la existencia de las posesiones es la católica, es decir, son muchas las que practican exorcismos de tapadillo pero la única que aplica algo de rigor al asunto (dentro de lo que cabe) es la del Vaticano, que hace sus pruebas previas, que lo autoriza, que forma a algunos de sus sacerdotes para seguir un rito determinado... En El rito nos encontramos con un sacerdote que lo es porque prefiere cualquier cosa antes que seguir en el negocio familiar (una funeraria) pero que creer, lo que se dice creer, no cree mucho que digamos y, por ello, lo envían a Roma a participar en un curso para exorcistas. Ante su manifiesto escepticismo el cura profesor lo envía a conocer al exorcista de exorcistas, encarnado en Anthony Hopkins. El exorcista pro está realizando el rito sobre una adolescente embarazada que se niega a confesar por quién está siendo poseída (ella no lo sabe, es el demoño en cuestión el que no dice quién es) y, tras las infructuosas pruebas (el rito es tan casero que bien podría realizarlo la vecina del cuarto) el cura escéptico sigue sin creer... hasta que el demoño poseedor entra en el exorcista pro y tiene que hacerse cargo del rito... Lo peor que se puede decir de esta película es que la vuelta de tuerca es lo más previsible que he visto en la vida pero que el hecho de que no haya mucho boato alrededor del rito le configura una verosimilitud da la que carece la anterior (quicir, aunque todas esconden el exorcismo el demoño manifiesta su poder a lo bestia, salvo en esta, en la que vemos cómo Hopkins en lugar de poseído bien podía haber sido envenenado como Yúshchenko)

Rebeldía adolescente
Probablemente el mayor problema del cine actual tiene que ver con el hecho de que, en su mayor parte, las películas están dirigidas a adolescentes... así que es lógico que sean estos el mayor objetivo del demoño...

La posesión de Emma Evans - de esta poco hay que decir, adolescente problemática y muy pero que muy petarda, empieza a ver cosas raras tras haber hecho algo que no recuerda y que no le enseñará al espectador hasta el final (aunque es imposible no saberlo) blablablá; un rollo repollo con la única excepción de una escena al final que no es que cuente nada nuevo -todo es absolutamente previsible- sino que visualmente tiene su gracia.

Exorcismo en Connecticut - otro rollo repollo que prometía mucho y se quedó en nada. La vi hace tiempo y me aburrí tanto que apenas recuerdo el argumento... Algo así como una familia que se muda a una casa en la que se han cometido tropelías y descubren que allí vivía un niño raro que se les aparece y hace más tropelías. De hecho si está aquí es porque a alguien se le ocurrió traducir el título un poco como le dio la gana (que sí tiene algo de exorcismo pero de aquella manera) Un par de giros de tuerca y después, con el final, llega la amnesia buscada, que no es bueno gastar memoria en cosas aburridas.

El último exorcismo - de las tres de rebeldía adolescente (está aquí para no hacerle una etiqueta nueva) es la única que se salva, probablemente porque no es exactamente una película sobre un exorcismo sino sobre un exorcista. Por otra parte también está el hecho de que utiliza algo que ahora se hace mucho pero que sigue teniendo aún visos de novedad y es la grabación del falso documental. 
Un sacerdote de la América Profunda se propone desmontar la falsedad de los exorcismos y, para ello, decide realizar uno más, el último, y documentará con un equipo de televisión -para que no haya dudas de que es un engaño- los trucos que ha usado para que la gente se trague que lo que hace es real... El problema es que no parece que funcione la primera vez y se encuentra con un padre fanático (la escuela parroquial le parece muy liberal) que prefiere a su hija muerta antes que poseída por lo que, ya que no va a salvarla de un demoño en el que no cree y la enfermedad mental de la criatura parece que persiste a pesar de haber intentado engañarla exorcizándola, tendrá que salvarla de su padre. No hay nada especialmente desagradable (quiero decir que no vomita cosas raras ni hay sangre por doquier) pero tiene un par de escenas realmente intensas, de las de quedarse atónito. Lástima el final pero bueno, supongo que de alguna manera había que terminarla...

Doy por hecho que habrá más películas de demoño por ahí en los últimos diez años, que habrá muchas más en el futuro pero, mientras no superen El exorcista (y me atrevería a decir que eso no es posible), habrá que conformarse con encontrar, al menos, algo curioso... en una de cada cinco.

El juego de la muerte

En los años sesenta, en la Universidad de Yale, se hizo un experimento sobre la obediencia. El experimento era sencillo: se trataba de ver hasta dónde es capaz de cumplir órdenes el ser humano. Para evitar condicionarlos (falsearía los resultados) se les decía que el experimento trataba sobre la memoria.

Los sujetos se ponían por parejas al azar, uno de ellos aprendía una relación de palabras agrupadas de dos en dos y el otro era responsable de decir una palabra y cuatro posibles respuestas; si el sujeto acertaba, se pasaba a la siguiente pregunta; si fallaba, el que hacía las preguntas debía castigarlo aplicándole una descarga eléctrica y, cuanto más fallaba, mayor era la descarga... Como es de suponer nadie recibía una descarga ya que el castigado forma parte del equipo (recordatorio: el experimento tiene que ver con la obediencia, no con la memoria) Otro elemento importante es que los dos sujetos se han visto al comenzar pero durante el desarrollo sólo tienen contacto durante la pregunta, es decir, el que está preguntando sólo oye al otro mientras responde... y llega un momento en el que no responde y sólo grita de dolor.

Los resultados fueron atroces. En principio las descargas son pequeñas pero, a medida que van aumentando, se pasa de la risa a la súplica para que pare e incluso llega un momento en el que el falso desmemoriado se niega a responder por lo que el otro sabe que llegará hasta el final en sus castigos. La gracia del asunto es que en cualquier momento el que aplica el castigo puede dejar de hacerlo, la única coacción que recibe es un "sigue, son las normas" y otras frases similares (siempre las mismas) y hay dos momentos clave para abandonar; el primero cuando el que está siendo castigado le pide que pare y el segundo cuando se niega a contestar... En los sesenta el 65% de los que participaron llegaron hasta el final.

En el año 2009 se repitió el experimento, y eso es lo que vemos en El juego de la muerte, un documental francobelga en el que se sustituye el escenario de experimento universitario y se traslada el entorno a un falso concurso de televisión donde, además de la reacción de los que tienen que aplicar el castigo, se observa la reacción de las 200 personas que componen el público. Si el experimento de Milgram en los sesenta dejó atónitos a los investigadores, la cara de los que lo llevaron a cabo en 2009 es épica. 
En 2009 pensaban que seríamos más libres (ergo menos obedientes a la hora de hacer el bestia), creían que en televisión los que debían castigar lo harían mucho menos (porque sería castigar en público)... nada más lejos de la realidad, el porcentaje de los que llegan hasta el final aumenta ante un público que jalea, hacen trampas (es decir, se creen lo que está pasando aunque lo nieguen cuando se descubre el pastel) y, dado que les han contado que es un piloto y por lo tanto no hay premio en metálico sino una cantidad pactada de antemano, la excusa para el que llegó hasta el final es que es terriblemente humano, terriblemente masa, terriblemente obediente.

Las reflexiones a las que lleva el documental son muchas, pero la única que de veras nos salva es que cuando desaparece el que da las órdenes (en 2009 la falsa presentadora de televisión) los porcentajes de llegar/no llegar hasta el final prácticamente se invierten o, lo que es lo mismo, no somos sádicos, por naturaleza, sino obedientes hasta el absurdo... porque, a veces, lo realmente difícil es rebelarse.

Sé sincero ¿hasta dónde hubieras llegado tú? Como anécdota diré que estoy segura de que dos de mis amigas se plantarían en cuanto el castigado lo pidiera -ellas dicen no estar tan seguras- mientras que la única persona que conozco que está absolutamente seguro de que se plantaría, me juego el cuello -y no lo pierdo- a que iría hasta el final... e incluso se ofrecería a darle un par de bofetadas cuando se le acabaran las palancas.

Primavera con una esquina rota

Hace unos años, cuando murió Benedetti, los alumnos de mi tutoría de 1º de la ESO se levantaron compungidos cuando entré en clase a las ocho de la mañana y me dieron el pésame… así de plasta soy con este autor en general y con este libro en particular (y así de majérrimos eran ellos, para que luego digan)

Primavera con una esquina rota no cuenta exactamente una historia, sino una suma de vivencias. Se trata de una novela polifónica para devorar en una tarde en la que los personajes nos muestran una serie de fotos fijas y reflexiones en torno a la realidad que les ha tocado compartir, cada uno desde su punto de vista.

El nexo de unión es el afecto, la esperanza y la culpa. Por un lado, como eje vertebrador del relato, aparece Santiago, un preso político cuyo ritmo vital se ha detenido en Libertad, una cárcel de Uruguay (en su día llegó a ostentar el vergonzoso récord de presos políticos por habitante) mientras que su familia –padre, mujer e hija pequeña- y su mejor amigo, en el exilio, continúan con su vida, culpables por el sólo hecho de haber conseguido seguir viviendo sin él. 
Nos encontramos a Beatriz, que en capítulos que despiertan la ternura más escondida un día habla de los rascacielos y sus ascensores con mareos y otros de que su padre está en libertad; vemos también a Graciela, su mujer, que se siente mal porque está empezando a recuperar la felicidad y lo siente como una traición; a don Rafael, su padre, que lo echa terriblemente de menos pero entiende a Graciela; a su amigo Rolando, que quiere morirse sólo de pensar que se está enamorando, y siendo correspondido por Graciela; y también vemos a Santiago, con sus días todos iguales y sus sombras sin manchas. La grandeza de esta novela es que no tenemos una historia definida y en desarrollo, no hay un principio, un nudo y un desenlace, sólo una serie de fotos fijas en la que nos sentimos solidarios con todos y cada uno de los personajes y, además, en ningún momento contradecimos esa solidaridad, en ningún momento cambiamos nuestro punto de vista según qué historia nos estén contando sino que, cada personaje, nos ayuda a enriquecer el cuadro...

A pesar de lo que parece, a pesar de que Benedetti era el más comprometido de los escritores[1], Primavera con una esquina rota no es una novela política en sus cimientos porque, aunque nos lleva a acordarnos de la madre de todos los dictadores si en lugar de haber sido escrita en ese momento, en ese lugar y bajo esas circunstancias, Santiago podría haber estado detenido en el tiempo de otra manera y el resultado para el resto de los personajes sería el mismo en su relación con él... me explico: la reflexión fundamental que hacemos al leerla no es sobre la dictadura y sus consecuencias sino sobre la continuidad de la vida a distintas velocidades que nos hace replantearnos las lealtades sin traiciones.

Es un libro que he leído del derecho y del revés, entero y por trozos y, aunque hace tiempo de la última vez, tengo previsto volver a visitarlo en breve, total es una tarde en la que sé que descubriré algo nuevo y distinto, como cada vez.

[1] Cuentan en El aguafiestas, la biografía de Benedetti que cometí el error de prestar y nunca más se supo, que cuando salió del país para salvar su vida recibió una llamada a los pocos días de exilio en la que se le pedía que volviera porque, de no hacerlo, un amigo suyo sería asesinado por los milicos... y volvió porque, según sus propias palabras es mejor morir torturado que morir de vergüenza. Se puede estar de acuerdo o no con sus ideas, pero eso es compromiso y lo demás tonterías.

La fuga de Logan

Alguien debería tomarse la molestia de hacer un listado de las películas mitificadas durante la infancia y que, para conservar la inocencia y la belleza del recuerdo, no deberíamos volver a ver jamás; o incluso mejor, en lugar de listarlas, alguien debería tomarse la molestia de destruir todas las copias de según qué cintas para conservar nuestra felicidad... porque encima a alguien se le ha ocurrido la peregrina idea de hacer un remake ¡pánico en las calles!

A estas alturas es obvio que acabo de ver La fuga de Logan y me ha parecido un absoluto aburrimiento... y eso que la idea no es mala y, para ser del 76, los efectos, si bien no son estupendos, son dignos para la época en la que fueran hechos. 
Michael York es Logan 6, un sandman (al no tener incorporado al personaje a nuestra cultura lo traducen como vigilante) cuya misión es capturar -y matar- a aquellos que, cumplidos los 30, no se fían un pelo de que carrusel los renovará (los devolverá a la vida) y deciden huir fuera de la ciudad. Logan sí se fía del carrusel, y aunque nunca ha visto a nadie que se haya renovado sí cree en la posibilidad de volver a nacer (aunque nacer no es un término preciso), por lo que no comprende cómo hay quien prefiera huir a una muerte que da por segura -en cuanto el cristal implantado en la mano se ponga negro el día que cumplan 31- en lugar de participar en la posibilidad de la renovación. A Logan le quedan cuatro años pero, tras capturar a uno de esos descreídos, le encargan la tarea de encontrar el santuario en el que se supone se refugian -o lo intentan- aquellos que huyen y, para ponérselo más complicado, lo reprograman de manera tal que parece que él es uno de los runners y huye porque su tiempo ha terminado. Quizá en los setenta (o en los sesenta, que es cuando se publicó el libro en el que por cierto la edad para renovarse no son 30 sino 21) fuera original pero ahora la sola idea de que sea su compañero del alma el que va tras él para cazarlo, y que incluso viendo lo que ven (al mismísimo Peter Ustinov en el papel de anciano) sigue en su fanatismo profesional, produce el inmediato aburrimiento de ver una foto que no te dice nada por enésima vez.

En definitiva vale que la película es mítica, que la historia es conocida pero, al menos yo, no recordaba los detalles y estoy segura de que si me pusiera a contarla de principio a fin, escena a escena a alguien que no la haya visto, salvo que sea un ermitaño que no ha visto ciencia ficción en la vida, nadie me acusaría de reventársela a base de spoilers porque, insisto, seguro que en su momento fue muy original pero ahora esta misma historia se ha contado tantas veces... ¡y encima dura DOS horas con cutre historia de amor incluida! Mi tolerancia es muy alta (y para muestra un botón, el otro día vi Megapirañas que es pura basura y me lo pasé pipa precisamente por eso, porque era tan mala -pirañas grandes como ballenas que se comen hasta submarinos nucleares- que me reí a carcajadas) pero, si hay algo que no le puedo perdonar a una película, es que me aburra, y La fuga de Logan es un 9 sobre 10 en la escala de aburrimiento.

Ahora bien, en cuanto acabe lo que estoy leyendo, y porque soy un poco masoca, veremos qué tal el libro :)

Black Mirror

Es sabido que los británicos tienen un sentido del humor un tanto... particular; dicho esto, porque no caben más introducciones (Black Mirror debe entrar sin vaselina) Channel4 se han sacado de la manga una interesante serie de tres capítulos independientes que alertan, a su manera, de los peculiares caminos que pueden tomar los "avances" que las redes sociales en particular y los medios de comunicación en general han supuesto para las relaciones humanas. En estos tiempos en los que la intimidad ha sido borrada de nuestras vidas a golpe de dospuntocerismo, nos encontramos con tres What if  que espeluznarán al más pintado.

The National Anthem
 En el primer capítulo de la serie nos encontramos con un secuestro, pero no un secuestro cualquiera, sino el secuestro de una princesa (y ya sabemos cómo son los british para sus cosas) y, para más inri, no el secuestro cualquiera de una princesa cualquiera, sino el de la mismísima princesa Susana a la que, por lo poco que se dice de ella, le presuponemos la fama de una Paris Hilton pero mucho más sensata (que tampoco es tan difícil) Lo único que piden los secuestradores, a través del vídeo que han colgado en youtube, y aquí está la gracia del asunto, es un vídeo en el que el Primer Ministro tendrá que follarse a un cerdo... gore ¿verdad?
Curiosamente este es el capítulo más "posible" de los tres, donde todo lo que ocurre puede pasar mañana mismo, pero, desde mi humilde punto de vista, es también el menos verosímil, quizá precisamente porque, dado que se trata de nuestra mismísima realidad (salvo por el hecho de que, que yo sepa, no existe ninguna Princesa Susana), es más fácil prever cómo se comportarían los personajes en esa situación. A pesar de lo dicho, que no he conseguido terminar de creérmelo vaya, todo el capítulo estamos en tensión, con esa sensación tan extraña que nos provoca el morbo que compartimos con los personajes de la serie, es decir, aunque no me lo creía (como tampoco se lo creen los personajes de la serie) no podía dejar de mirar.

15 Million Merits
En una realidad distópica nos encontramos con una sociedad en la que los que están en forma pedalean para generar energía y así se ganan el pan; aparecen otros personajes, los gordos, que son la escala social más baja y limpian lo que los "atletas del pedal" ensucian al tiempo que se dejan humillar por estos, grises como ellos solos, con su cara de miseria, con su chandal gris, con su única intención de pedalear para poder comer manzanas, comprarle estupideces a su avatar y pagar vídeos porno o evitar sus anuncios, que en esa realidad hasta evitar la publicidad cuesta créditos. La única salida a esa vida miserable consiste en ir a un concurso de esos de "Tú sí que vales" y ser convertidos en estrellas; el problema es que el coste para entrar en el concurso es del equivalente a seis meses de arduo pedaleo y claro, dado que la única manera de evitar los vídeos porno, de comprarle cosas al avatar que vive más feliz de lo que viven ellos, es gastar créditos por lo que no es sólo apretarse el cinturón y ahorrar; la participación supone una renuncia a todo rastro de la escasa libertad que tienen.
El protagonista es un ser gris que, un buen día, conoce a una nueva compañera, una morena de gesto angelical, que canta como los ángeles por lo que, en su papel de rescatador en caballo blanco, decide regalarle sus créditos para que vaya al concurso (15 millones que heredó tras la muerte de su hermano) y sacarla de la realidad gris que le espera. Hasta aquí todo va bien, tiene el dinero, ella tiene la voz pero no podía ser tan simple; el éxito de los programas del tipo "Tú sí que vales" se basan en la mala folla del jurado mucho más que en el talento del que lo vale, por lo que, como la Lotería de Babilonia, se juegan también unas suertes adversas... o la vuelta perpetua a la bicicleta de siempre.
Mucho más interesante que el primero, y mucho más desolador (me pregunto por qué no se pueden hacer realidades distópicas que no sean espeluznantes jesús jesús)


The entire history of you
Definitivamente el más potente de los tres, el que, como hace el protagonista insistentemente, merece la pena repasar para encontrar más detalles. 
Imagínate que pudieras almacenar tus recuerdos en un pequeño grano implantado tras la oreja, y encima no sólo pudieras repasarlos sino que pudieras verlos mejor, ampliar un zoom a determinadas zonas, detenerte mejor en los detalles que no percibiste al vivirlo. Imagínate que pudieras, además, enseñárselo a otros para que los analizaran contigo... 
Una de las gracias del ser humano está, precisamente, en que puede superar sus recuerdos para seguir viviendo porque, incluso los más felices, son simplemente recuerdos que nos apartan de la vida cual Funes el Memorioso. Si ya de por sí conseguir mantener los recuerdos tan vivos, pudiendo verlos en cualquier momento en la televisión -y enseñándoselos a otros- es espeluznante, imagínate lo que puede hacer esa tecnología con un obseso de los detalles que, para más inri, es un celoso patológico.

El mayor problema del dospuntocerismo es que creíamos que nos convertiríamos en protagonistas de nuestro destino y podríamos mostrar sólo lo bueno al mundo pero, por el contrario, somos humanos y el protagonismo, cuando es para bien, está reservado sólo para unos pocos mientras que, si es para mal, las redes sociales lo magnifican todo a lo casa de GH mientras la audiencia aplaude más cuanto mayor es el tropiezo.

Algo va mal

En estos días se han escrito toneladas de libros sobre la crisis, con erótico resultado, que diría Homer; libros que animan a indignarse, rebelarse, comprometerse, y un largo etc de llamadas a la acción de lo más intensas, sobre todo si partimos de la base de que sus autores son nonagenarios que se dirigen a una juventud ciudadana que tiene motivos para indignarse, qué duda cabe, pero está un tanto falta de teoría política en particular (de teoría económica ni hablamos) y de historia elemental. Además de esos libros, cuyo mérito no discuto, hay otros mucho más rigurosos (30 páginas nos pueden llevar a una reflexión, pero ¿enseñarnos algo en profundidad? ¿en serio?) en los que se analiza qué ha pasado con el mundo que creíamos que íbamos a tener en nuestro paraíso europeo esencialmente socialdemócrata.

Tony Judt es uno de los máximos especialistas mundiales en la historia europea de la segunda mitad del siglo XX, como queda evidenciado en su obra Posguerra (un tocho apasionante para leer con tranquilidad y tiempo) y, tras haber pasado no me quiero imaginar cuánto tiempo estudiando cómo avanzó el mundo occidental tras la segunda guerra mundial, hace, en Algo va mal y a propósito de la crisis, una reflexión sobre lo mal que lo hemos hecho en los últimos treinta años y, desde su punto de vista, la raíz del mal está, esencialmente, en que la izquierda tras la caída del muro de Berlín -e incluso antes- no ha sabido redefinir sus objetivos en un mundo que cada vez cambia más deprisa.

Algo va mal no es un libro de historia, no nos abruma con datos y fechas, es un libro escrito a vuelapluma en el que vemos cómo la sociedad europea que se volvió socialdemócrata casi por obligación para huir de los crímenes que había cometido contra sí misma ha conseguido, en sólo treinta años, olvidarse de su propósito esencial... y ahora vienen los lloros.

Judt analiza la socialdemocracia, fuente de nuestro estado del bienestar europeo, y analiza también la izquierda, que no supo explicar por qué era imprescindible que siguiéramos apostando siempre por el bien común y no por el individualismo que desde mediados de los sesenta nos ha metido donde nos ha metido. Nos equivocamos a la hora de pensar que la libertad es algo individual y no colectivo, que el Estado es el mal contra el que hay que luchar mientras aplaudíamos majaderías como que "bajar los impuestos también es de izquierdas"y caímos en una espiral perversa en la que nadie acepta ninguna responsabilidad.
Cuando imponen recortes en las prestaciones sociales [...] los legisladores [...] se enorgullecen de haber sido capaces de tomar "decisiones difíciles" [...] Actualmente nos enorgullecemos de ser lo suficientemente duros como para infligir dolor a otros. Si aún estuviera vigente un uso más antiguo, en virtud del cual ser duro consistía en soportar el dolor, no en imponérselo a los demás, quizá lo pensaríamos dos veces antes de valorar tan insensiblemente la eficacia por encima de la compasión.
Para no extenderme demasiado, que te quito tiempo de lectura, Judt viene a decirnos que si en esta frase sacada del libro sonríes con autocomplacencia porque crees que la culpa es de los políticos (vendría bien aquí una risa de terror) y sólo de los políticos al tiempo que defraudas impuestos y aplaudes que tu pueblo de veinte habitantes tenga ayuntamiento porque la ciudad de al lado con un millón lo tiene, consideras que el Estado tiene la obligación de darte cosas sin ver que el Estado eres tú y que lo que te dé si no es racional será a costa de otros, sacas locamente tu dinero de los bancos al tiempo que gritas que los mercaos son el mal como si tú no fueras parte de los mercaos al vaciar tu cuenta para chinchar, es porque no has entendido nada... sólo espero que cuando leas Algo va mal entiendas que lo peor de los políticos es que nos representan de puta madre y que si jode tanto es, precisamente, porque a nadie le gusta mirarse en el espejo y verse gordo y sudado.

Ni uno menos

Salvo algunas excepciones, tengo por costumbre huir de las películas que suenen a "oooooh, mira qué culto soy que veo películas de lugares remotos"; quiero decir, está bien el cine profundo, pero no creo que mirar un cerezo durante dos horas me vaya a llevar a una reflexión profunda más allá de esto qué demonios es, para eso sinceramente creo que pienso mejor en el botánico, a pesar de ser alérgica a todas las plantas imaginables. Pero, como me trago cualquier cosa (me divierten mucho los bodrios que el Canal Syfy hace para televisión) hace unos años tuve a bien tragarme una película rarísima que ya desde el primer momento captó mi atención y pasó a integrar la lista de películas que, pasados los años, soy capaz de recordar como si acabara de verla. No quiero decir que esa esta una de las películas que te harán más gafapasta sino que no conozco a nadie que la haya visto (y eso que tuvo éxito en su día), y es un rollo no poder hablar de ella jo.

Ni uno menos muestra lo difícil que es a veces ser niño en algunos lugares de la tierra. Nos encontramos en algún lugar perdido de la China rural en el que una niña de 13 años se lanza a la tarea titánica de ser la profesora sustituta de la masificada escuela del pueblo. Como es de suponer en esas condiciones, el índice de abandono es alto, que para algo la acción se centra en el paupérrimo campo chino, por lo que, si consigue que sigan a su vuelta todos los niños que el profesor enseñaba, recibirá una paga mayor de la pactada (de ahí el título) y, para sumar aún más nivel de frustración, no dispondrá de más material que las tizas, una para cada día, que el profesor le entrega (que cuida y gestiona como si fueran la más preciosa piedra) 

La protagonista es más lista que el hambre, por lo que cubre sus carencias con inteligencia y cabezonería (para corregir las tareas, por ejemplo, saca a la pizarra a los niños que saben más que ella, que puede ser casi cualquiera) y se embarcará en el rescate de uno de los niños, que es mandado a la ciudad por su familia, llamando en la ¿gran? ciudad puerta por puerta y yendo, si hace falta, a la televisión.

Parece un argumento sencillo pero no lo es en absoluto, máxime si atendemos al hecho de que es absolutamente verosímil cada cosa que se cuenta en ella (incluso que ponga a sus alumnos a trabajar para conseguir dinero con el que ir a la ciudad, o mida el tiempo de la escuela con la única ayuda de un clavo y la sombra) y el problema es que esa verosimilitud se da en un contexto perfectamente real.

Lo mejor de la película es que, a pesar de lo que parece -y sobre todo siendo china-, no es lenta en absoluto (al menos yo no la recuerdo así), al contrario, es de lo más entretenida y, curiosamente, consigue hacer reír al espectador de cuando en cuando... aunque dudo que fuera el objetivo de Zhang Yimou.

El lector de Julio Verne

Cuando publicó Inés y la alegría, Almudena Grandes puso de manifiesto su intención de continuar la tarea emprendida por Galdós con sus Episodios Nacionales pero, por razones evidentes al tratarse de la guerra, decidió cambiar el título de la serie por el de Episodios de una Guerra Interminable. Soy consciente de que hay mucha gente que cada vez que oye Guerra Civil lanza un suspiro de fastidio pero ¡eh! ¿cuántas películas, documentales y libros de ficción y no ficción se lanzan cada año sobre la Segunda Guerra Mundial? No sé el resto, pero personalmente no puedo imaginar cómo seríamos hoy de no ser por eso que no ha de ser nombrado y de lo que, por mucho que creamos, apenas sabemos nada objetivamente, como tampoco puedo imaginar cómo seríamos si dejáramos de asumir o disculpar, según el caso, como propios o de la otra España los crímenes cometidos o sufridos por nuestros abuelos.

El segundo volumen de la serie (nos ha prometido seis, espero que se anime a escribir más, aunque entendería que acabara hasta el moño de la Guerra Incivil y su posguerra), El lector de Julio Verne, se centra en una historia de los del monte de la sierra de Granada. En esta ocasión el protagonista es Nino, un niño de nueve años, hijo de un Guardia Civil, que, como todos los niños de su edad, tiene como máxima aspiración jugar al fútbol y que su madre, por fin, le cambie la piedra que a duras penas mantiene el calor por la botella forrada para calentarse ante los rigores invierno, como símbolo de que ya es mayor. El problema de Nino es que, aunque es muy listo, no va a dar la talla para entrar en la Guardia Civil por culpa de su reducida estatura y, por ello, sus padres deciden que estudie mecanografía. Su alternativa al ingreso en la Guardia Civil porque no va a dar la talla le llevará a conocer un mundo que desmontará todo aquello en lo que se suponía que debía creer el hijo de un Guardia Civil de posguerra.
En Fuensanta de Martos, a pesar un pueblo pequeño, hay más guardias civiles que en otros lugares mucho más grandes (uno por cada doscientos habitantes) y la razón no es otra que los del monte a los que el padre de Nino, junto con otros beneméritos tiene que dar caza porque la guerra, a pesar de lo dicho en la capital, está muy lejos de haber terminado.

Nos encontramos con una de esas historias atroces de nuestra no-tan-lejana-como-quisiéramos historia en las que los del monte pasan frío escondidos en mitad de la sierra no tanto porque no quieran volver a casa como porque no pueden, porque de hacerlo, en la mayor parte de los casos, serían ejecutados en cuanto pusieran un pie en el pueblo, es decir, en esta novela vemos como los del monte no están sólo por la lucha, que también, están en la mayor parte de los casos para seguir con vida. Pero esa historia atroz la vamos viendo a través de los ojos de un niño de nueve años que aprende a guardar secretos como la gente del pueblo para proteger a los que quiere, que tiene una moral propia y decente, que descubrirá que su historia familiar no es lo que parece, que puede espantarse ante el horror y comprender el miedo tanto como sentirlo en los demás.

El lector de Julio Verne es una novela que no puede ofender a nadie, ni siquiera a los más afines al para esto no hicimos una guerra, que tiene personajes nobles en ambos bandos, que denuncia lo denunciable, que nos pone en la piel de los que no tuvieron más opciones para sobrevivir y, sobre todo, que es real, aunque algunos personajes respondan a varias personas reales, Grandes nos enseña, una vez más, que no hace falta bucear en exceso para que algún nonagenario nos cuente lo que vivió durante los cuarenta y que esa historia parezca una novela aunque, por desgracia, no lo sea.

El efecto mariposa

A veces los milagros ocurren, sí, sí, deja de alucinar, ¿cómo se puede explicar que uno de los peores actores que hay, especializado en hacer personajes esencialmente imbéciles -en el sentido clínico del término- haya conseguido meterse en una película interesante (aunque el paso del tiempo hace mella, que tampoco es esta una de esas películas que marcan la vida) y encima, para mayor divinidad, hacer una buena interpretación si no es porque los milagros ocurren?

El efecto mariposa alude a la consabida teoría del caos que, resumida para gente como yo, viene a decir que un pequeño evento puede tener consecuencias impredecibles. 

En la película nos encontramos con un grupo de niños que han tenido una infancia un tanto peculiar; uno de esos niños, que de adulto será Ashton Kutcher, tiene lagunas de memoria en eventos que son cualquier cosa menos normales por lo que su madre, tras uno de esos vacíos de memoria en el que no puede explicar por qué uno de sus amigos está catatónico (y que sospecha que ha sido provocado por algo espeluznante), decide darle unos diarios, para ver si así puede recordar algo de lo que ha hecho durante las mismas... con extrañas consecuencias.

Tras unas breves pinceladas sobre hechos traumáticos, de los que sabemos lo poco que sabe el protagonista, vemos a Ashton en la universidad; es un alumno de psicología brillante pero arrastra las taras de haber dejado a sus amigos de la infancia lejos de su vida, en especial a una niña de la que, como sólo pasa en las películas, se enamoró cuando los niños miran los besos adultos y vomitan. Por puro azar, en un alarde de molonismo, Ashton decide leerle parte de sus diarios infantiles a una chica que se ha llevado a su habitación y, de pronto, se ve inmerso en una de esas lagunas de memoria infantiles, sólo que con la mente de adulto y, al volver al presente, descubre que haber estado allí ha tenido consecuencias, es decir, ha cambiado su presente por un mínimo cambio en su pasado (al volver al pasado de la sorpresa se ha quemado con un cigarro y tiene la cicatriz... qué mierda de piel tienen los niños americanos, la mala alimentación supongo) A partir de ahí, como cabría esperar si no queremos que la película termine en menos de lo que duran los anuncios de A3, empieza el efecto mariposa; Ashton, asombrado por ese mínimo cambio, va a buscar a su amiga de la infancia y, tras una brevísima conversación sobre otro de los hechos traumáticos que no recuerda, ella se suicida. A partir de ahí se desata el caos, Ashton vuelve a sus lagunas y, cada vez, cambia algo con la intención de hacer su presente perfecto, pero cada vez, cada batir de alas, deja tras de sí un efecto inesperado que lo empeora.

La curiosidad de la película no está tanto en la historia como en el hecho de que, sin ser una película especialmente profunda ni con grandes pretensiones, es inevitable llegar a la reflexión de que somos lo que somos por todos y cada uno de los eventos que hemos vivido y que, si tuviéramos el poder de cambiar aunque sólo fuera un mínimo detalle -ese examen que no preparamos, esa conversación que dejamos a medias- perderíamos algo preciado así que, aunque sólo sea para que nuestras miserias sean sin querer en sus consecuencias, mejor dejar las cosas como están... no sea que matemos a alguien que nos importa.

Como era de esperar en estos tiempos en los que la originalidad esta peleada con el cine, tiene una segunda parte... no se la recomiendo ni a mi peor enemigo.

Trilogía: Los juegos del hambre (libro)

A lo largo de los últimos años, por motivos profesionales, me he visto obligada a leer unos cuantos libros juveniles que, en su mayor parte, repelerían a cualquier lector más allá de los quince años (no voy a caer en eso de que se trata a niños y adolescentes como si fueran tontos, que a mí también me pareció fascinante en su momento Fray Perico y su borrico

[Digresión] Por si alguien no lo sabe, la razón por la que desde los colegios se manda leer lo que se manda leer en lugar de un buen Julio Verne es que, generalmente, existen acuerdos con editoriales y, seamos justos, a ellos les gusta mucho Todos los detectives se llaman Flanagan. [/Digresión]

Afortunadamente hay una barrera, que yo fijaría más o menos a los quince años, en la que cualquier ser de la tierra te tiraría a la cara las aventuras del detective Flanagan que tanta gracia le hicieron tan solo un año antes y el mundo de los libros se hace mucho interesante y, sobre todo, mucho más oscuro y aparecen novelas en las que la etiqueta juvenil se basa fundamentalmente en que el protagonista tiene esa edad y no es un drama espeluznante (o no es sólo un drama espeluznante) Entre ellos se encuentra la trilogía de Los juegos del hambre de Suzanne Collins que, como buena trilogía, está construida de tal manera que en el primero tenemos una historia que bien podría haber quedado cerrada pero que, si decidimos avanzar al segundo, nos encontramos con que, si no queremos quedarnos a medias, por narices hemos de leer el tercero... y como buena trilogía el primero es mucho más potente, quizá por el efecto sorpresa, que los otros dos... juntos.

En un mundo post apocalíptico, un país (¿único?) llamado Panem (que corresponde a lo que hoy sería una parte de Estados Unidos) tiene una sociedad profundamente injusta en la que doce distritos mantienen, a fuerza de miseria y hambre, a un decimotercero a todo lujo y derroche que recibe el nombre de Capitolio. En un tiempo anterior a los sucesos narrados en la trilogía, los doce distritos (que entonces eran trece) se rebelaron y, como buen drama, fueron aplastados por el poderoso Capitolio que los condenó, además de a todas las arbitrariedades imaginables, a mandar a dos de sus jóvenes de entre doce y dieciocho años (un chico y una chica) a un juego macabro en el que, como tributos, tienen que matarse entre sí hasta que solo quede uno; la elección de los dos tributos se hace por sorteo pero, para sumar aún más infamia, los nombres de los más pobres aparecerán más de una vez ya que, al introducir más veces su nombre en el sorteo, pueden conseguir así algo de comida para sus familias; la única manera de escapar de los macabros juegos del hambre (nombre elegido a propósito para que la humillación sea más palpable) es que alguien se ofrezca voluntario para sustituir al que ha tenido la mala suerte de ser elegido y ¿quién demonios se puede ofrecer a matar o ser matado para diversión de quien te exprime?

A partir de aquí todo es espectáculo, y la autora no se corta un pelo a la hora de explicitar detalles macabros, en el que vemos cómo los tributos son preparados para ser más vistosos (como si la sangre no fuera suficiente) sabiendo, en todo momento, que no pueden negarse pues cuanto más vistosos sean más posibilidades tendrán de que sus patrocinadores (sí, como en la Formula1) les den algún tipo de ayuda durante el juego. No puedo hablar del segundo y tercero sin desvelar la trama así que sólo diré: atención a los giros que da la historia tras los juegos, impensables en nuestra mente de ciudadanos pero verosímiles en el universo de Panem.

En definitiva podríamos comparar Los juegos del hambre, En llamas y Sinsajo con otras novelas distópicas para adultos (salvando las distancias que tampoco hay que exagerar, no sea que Orwell y Huxley nos maldigan con razón) construidas para que, leyendo el horror descrito por Collins página tras página de la vida en un estado totalitario y cruel, los jóvenes de hoy se den cuenta de que el programa Gran Hermano es más degradante para el que lo ve que para el que lo vive y, en una lectura más profunda pero sin hacer demasiados esfuerzos, también se den cuenta de que la libertad, discutida y discutible, de la que hoy disfrutamos es algo que hay que luchar cada día porque cuando falta el pan, el circo más que animar, destruye.

No he visto la película todavía y me cuesta pensar cómo se ha llevado a imágenes (sobre todo porque es paradógico que parte de la denuncia de los libros tenga que ver con que de todo hagamos un espectáculo) por lo que lo único que puedo decir al respecto es que si bien Jennifer Lawrence es una estupendísima actriz (en Winters bone queda meridiano que hay futuro en el cine) no la veo en el papel por una razón muy simple, es una preciosidad, como lo es Katniss, pero está lejos de parecer una adolescente que ha de cazar para no morir de hambre.

Tenemos que hablar de Kevin (cine)


Hace unos años se cruzó en mi vida Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver; la historia y su narración me fascinaron de tal manera que lo recomendé (y lo sigo haciendo) hasta la saciedad, lo presté, y, como el ejemplar que leí no era mío (sé que no se prestan los libros ajenos, pero es que este era muy bueno y no aparecía por ninguna parte), cuando por fin me lo eché a la vista, lo compré.

Pero yo no he venido aquí a hablar de mi libro; Hace unos meses, en las noticias de algún canal, me enteré de que aquella maravilla había sido llevada al cine (la noticia hablaba del festival de Cannes) y, en lugar de espeluznarme por la posibilidad de una mala adaptación, me pasé meses esperando que la estrenaran de una maldita vez (han tardado la vida) para ir presto al cine porque si conseguía recuperar algo de aquella historia, aunque fuera sólo un poco, merecería la pena… y, aunque es un libro terriblemente complicado de digerir, la película es una adaptación tan adecuada, que, aunque recuerdo el libro como recuerdo muy pocas cosas en la vida, no se me ocurre si podrían haberla hecho de otra manera, desde la elección de la protagonista, porque nadie mejor que Tilda Swinton para hacer de Eva.

Tenemos que hablar de Kevin cuenta la historia de Eva, una mujer que fue libre, que fue independiente y realizada, que fue feliz durante muchos años, que viajaba mucho (es parte de su exitosa profesión) y siempre encontraba al amor de su vida esperándola con una sonrisa, hasta que, rozando los setevapasarelarroz deciden tener un hijo y a partir de ahí toda su vida se tuerce, hurtando palabras a la propia Eva en una de las cartas del libro:

[Kevin] Me [había] robado todo aquello que yo significaba para mí. Durante la primera mitad de mi vida yo era creación mía.

Y así nos encontramos con una mujer sola que un día fue feliz, y va reconstruyendo cómo era su vida hasta que su hijo se hizo famoso… matando a sus compañeros de instituto.

En la película se alternan escenas en las que vemos su pasado de felicidad y cómo esa felicidad deja paso a una maternidad de un niño extraño y difícil, que se convierte en un adolescente extraño y difícil y finalmente en un monstruo. Y vemos también su presente, el después del horror, en el que ha decidido sobrevivir, que no superar lo insuperable, y seguir en la misma pequeña ciudad, intuimos que para purgar de alguna manera, como si Eva sintiera que no tiene derecho a huir de lo que hizo Kevin, el fruto de su vientre. Eva no es una mala madre, esto es, no es responsable de la maldad de Kevin, ha hecho todo lo que una madre hace por un hijo, incluso con ese hijo que desde que nace es un ser del averno, y esta es una de las principales gracias de la historia, que ella no lo ha hecho mal, aunque el mundo la considere responsable de la matanza y le pinten la casa cada dos por tres, Eva no es mala madre.

El cine es un lenguaje diferente a la literatura, las adaptaciones tienen necesariamente que prescindir de millones de detalles pero, en este caso, se mantiene lo esencial, y es que el espíritu de la angustia está mostrado con acierto; de Kevin tenemos unas pequeñas pinceladas, vemos que es raro, que no es caprichoso sino directamente malvado, que hace las cosas desde el primer instante con el ánimo de dañar a los que le rodean y vemos a Eva peleando desde el primer momento contra el hecho de que Kevin, quiera ella o no, ha tomado el control absoluto de su vida así como que el padre de ese ser del averno no llega a darse cuenta, en ningún momento, de lo que tiene en casa porque total no es más que un niño.

Hay que tener mucho valor para llevar un libro como Tenemos que hablar de Kevin al cine, lograr que encima sea una buena película, que reproduce la atmósfera de angustia y la maldad intrínseca de Kevin, ya es casi un milagro, y más ahora, con la sequía creativa que puebla las salas.

Totalmente recomendable.