Hace muchos, muchos años, tantos como 26 (¡Ay! ¡qué mayor a la par que experimentada soy!) quien esto escribe tenía un profesor de literatura que se llamaba Juan Valera, que, para más enjundia, ha sido el mejor profesor de literatura que jamás he tenido; no olviden, que, como licenciada en filología, si algo he tenido yo en la vida, han sido profesores de literatura, así que ya tuvo mérito aquel señor jovencísimo en aquel lejano curso de BUP (repito: han pasado 26 años), un crío que nos trataba como seres pensantes y que nos hablaba con pasión arrebatada de libros y autores. Fue la primera vez que oí hablar de Pepita Jiménez, no porque entrara en materia, sino porque nos pareció una casualidad curiosísima... en fin, tontás de los quince años.
La segunda vez que oí hablar de este libro fue a mi abuelo, lector voraz que perdió la vista en los últimos años y seguía leyendo gracias a la ONCE y sus libros en cinta. Fue el último libro del que hablamos, no porque fuera el último que leyera sino porque fue el último que le entusiasmó de veras. A ver, también lo estudié en la facultad, pero era uno entre tantos y, dentro del curso del realismo, estando ¡Galdós! y Clarín (de hecho intenté que, para el Club, Pepita fuera Ana Ozores o Jacinta, pero no me dejaron por extensión narrativa), Pardo Bazán y Blasco Ibáñez pues qué se yo, no me dio por leerlo...
En definitiva, dijo la mujer perifrástica gran enemiga de la brevedad, Pepita Jiménez lleva en mi pila de pendientes más de un cuarto de siglo y de pendientes apremiantes más de quince años pero no sé por qué no ha sido hasta que he podido enredar a MG, Desgraciaíto, Carmen y Newland que me he puesto a ello... y bueno, cómo decirlo, es una novela realista -eso es un pro, me encanta el realismo como movimiento-, sin páginas y páginas de descripciones -pro-, con una prosa exquisita -pro-, pero también sin chicha a la que agarrarse; es decir, está bien, se lee rápido y sin dolor, no hay nada que chirríe en lo que cuenta, hay un juego literario que me ha parecido sensacional, pero a partir de la mitad -cuando dejamos de leer cartas- decae y se hace un poco aburrido.
Es realismo, es decir, todo, o prácticamente todo, es previsible, me explico: sabemos cómo va a terminar porque nos pone delante seres profundamente racionales que sólo son vencidos por el amor si son jóvenes y, aún así, podrían luchar contra ello si la sociedad se lo exigiera... aunque en la vida real no sea necesariamente así (el bisabuelo de mi abuela le robó la novia a su hijo y lo desheredó; de un lado quedó el robanovias con sus nuevos hijos, todos médicos y bien situados en una ciudad de provincias, y de otro el hijo -del que yo desciendo- que tuvo que buscarse la vida) El problema es que la literatura es otra cosa, pueden tener un final de seres racionales sin aburrirnos... ¡porque a la gente le pasan cosas, señor Valera!
Pero, aún así, no puedo no recomendarlo porque, como decía, hasta la mitad es una maravilla; Valera prescinde del narrador y nos pone a un hombre que va a tomar los hábitos a escribir cartas y, aunque no vemos jamás las respuestas, las deducimos porque nosotros le diríamos exactamente lo mismo; vemos cómo el personaje se va engañando para no aceptar que se está enamorando de la misma mujer que su padre quiere convertir en madrastra, vemos cómo le mueve la culpa, cómo se niega, cómo se deja llevar, cómo trata de huir de esa situación y el proceso es tan claro, está tan bien descrito que dan ganas de aplaudir de pie... hasta que llega la segunda parte y todo se va al garete... en mi caso -confieso- se va al garete porque tenía la esperanza de que todo fueran imaginaciones suyas y Pepita no le correspondiera (conocía el final, pero yo qué sé, si algo está bien escrito me meto tanto en lo que leo que me convencí de que Santiago Nasar podía salvarse) lo cual hubiera hecho la novela infinitamente más divertida.
En fin, si tienen un rato, léanla al menos hasta la mitad y a partir de ahí decidan si quieren seguir o no, que yo no les fuerzo.
No sabemos si habrá un siguiente libro del Club, si no, ha sido un placer, si sí, seguiremos sufriendo pero, sea sí o sea no, lean, lean, malditos.