La gran migración

Me reúno una vez más (aunque de nuevo con cierto retraso) a mis compañeros de Club de lectores 2.0 para comentar el libro bimensual, en esta ocasión un interesantísimo ensayo sobre los movimientos migratorios cuyo título es el de esta entrada de autor alemán Ezensberger.

La única pega que se me ocurre, así de pronto, es que es un libro difícil de encontrar pero, si el lector salva ese ¿pequeño? escollo, todo lo demás son ventajas.

El libro son 33 brevísimas acotaciones (el propio autor las llama así, acotaciones) en torno a las migraciones (la humanidad lleva migrando desde que antes de llamarse humanidad), qué significa migrar, por qué motivos, qué supone esa migración, desde cuándo se da (desde siempre), etc.
Más que de conclusiones, La gran migración es un libro de preguntas que el lector debe hacerse, y es que, en torno a este tema, lo que vivimos hoy ya lo hemos vivido con anterioridad y lo viviremos en el futuro, por lo que la única conclusión del libro es que la migración es una constante, problemática, sí, pero constante, que de alguna manera todos somos migrantes (puede que no en el presente, pero lo fuimos y/o lo seremos) y por lo tanto ni la xenofobia ni el nacionalismo (también constantes) tienen sentido.
Cualquier migración desencadena conflictos, independientemente de la causa que la haya originado, de la intención que la mueva, de su carácter voluntario o involuntario, o de las dimensiones que pueda adoptar. Tanto el egoísmo de grupo como la xenofobia son constantes antropológicas previas a cualquier justificación, cuya difusión universal permite pensar que fueron anteriores a cualquier forma social conocida. Para frenar dichas constantes, pare evitar continuos baños de sangre, para posibilitar un grado mínimo de intercambio y circulación entre clanes, tribus y etnias, las sociedades antiguas inventaron los tabúes y los ritos de hospitalidad. Tales mecanismos no suprimen, sin embargo, el status de forastero; al contrario, lo consolidad. El forastero goza de hospitalidad, pero no puede quedarse.
Un poco mas adelante (la cita es toda la acotación número cinco) el autor explica, de la manera más sencilla imaginable, por qué nos sentimos dueños de la tierra que habitamos, y lo hace con la metáfora del tren: cuando llegamos a un compartimento vacío nos sentimos afortunados, repartimos nuestras pertenencias por todo el espacio; un rato después llega alguien, ya no es tan cómodo como cuando íbamos solos pero es soportable, aunque tenemos que replegar velas podremos mantener una conversación; poco después aparece un tercero y la cosa se complica un poco más, hemos entrado en complicidad con el segundo (sin necesidad de hablar con él en ningún momento, piense que no ha habido tiempo) para detestar al tercero porque ha entrado en el compartimento ¡nuestro compartimento! y pretende que le dejemos sitio; y qué decir del cuarto compañero de compartimento cuando aparece, los dos primeros ya estaban molestos con el tercero, que está, a su vez, francamente incómodo con el cuarto pero no siente la complicidad con los otros dos que tienen entre sí... todos nos hemos visto en esa situación que es tan fácilmente traducible a la tierra que pisamos: estamos en ella por casualidad, vivimos en una prosperidad que, aunque puede que contribuyamos con todas nuestras fuerzas, no hemos creado (ojalá fuera tan fácil crear bienestar como destruirlo) y nos sentimos ¿invadidos? cuando otros vienen aunque, en al mismo tiempo, nos sentimos legitimados para cambiar de compartimento si se nos hace incómodo el que aparece en nuestro billete.

La gran migración continúa, el ser humano es así, no siempre es una huida; piense, querido lector, que las fiestas de los pueblos se inventaron para evitar la endogamia.

Pueden leer el resto de reseñas en los sitios habituales: MG, CarmenDesgraciaíto y Newland en la página del Club.