¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!

No hay que ser muy espabilado para darse cuenta de qué se esconde detrás de semejante título, esto es, una novela que tiene algún tipo de relación con la Guerra Civil pero, querido lector, ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! con este "otra" y con ese "maldita" también sugiere más cosas, diría que un cierto hartazgo ¿no? Y aquí me veo obligada a hacer un inciso pese al autor: hemos visto cientos de novelas, películas, series... ambientadas en, o en relación con, la segunda Guerra Mundial sin que nadie proteste, sin embargo tocar la Guerra Civil sigue levantando ampollas, quizá por eso sea bueno que de vez en cuando nos enfrentemos a ella, porque desde la ficción y digan lo que digan lo hemos hecho muy poco y muy mal; cierto es que en los últimos años han surgido montones de novelas al respecto (de ahí que mi tesina vaya a abordar precisamente eso, prepárate lector para que aparezcan por aquí otras malditas reseñas al respecto) pero es un fenómeno mucho más reciente de lo que crees y no hay tanto, créeme, para lo que daría el tema, no hay apenas nada.

Pero volvamos a la reseña; no se llama "maldita" por la Guerra Civil en sí, no, se llama así porque es un juego de su autor, Isaac Rosa... me explico: en 1999 un jovencísimo autor novel publicó una novela llamada La malamemoria (no es una errata, siempre lo veo todo junto) ambientada en la transición y viajando de cuando en cuando a la guerra que unos años más tarde, ya no tan jovencísimo, ya no novel, decidió revisar, pero no escribiéndola de nuevo, no, lo que ha hecho Isaac Rosa con su primera novela es una crítica feroz, pero muy interesante, en la que podemos ver el texto original seguido de las anotaciones del propio autor -capítulo por capítulo- que denuncian sus fallas... y como vemos ha empezado por denunciar el título.

La malamemoria es interesante, pero no para tirar cohetes, ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! te parecerá fascinante si quieres ver cómo un autor que sabe dónde buscar (para eso es el padre de la criatura) te va señalando cada pequeña atrocidad cometida en su escritura, que en muchos casos tú, como lector, ni siquiera has notado; es decir, te interesará mucho si te apetece leer crítica literaria pero de la chusca, de esa que sólo un crítico muy cruel haría sobre una novela, de esa que haría que cualquiera dejara de escribir para meterse debajo de la cama a llorar de por vida... ¡hay que ver lo que da la confianza que tiene Isaac Rosa consigo mismo!

Pero volvamos a La malamemoria, que se ha quedado a medias y es la verdadera novela; Un negro (no raza, escritor de alquiler) es contratado por una viuda para limpiar el nombre de su marido, recién suicidado, que está siendo arrastrado por el fango durante la transición. Ella confiesa -qué más puede hacer- que todo los horrores que cuentan de su marido son verdad, pero que como se había arrepentido de lo que había hecho igual quiere que limpie su nombre, aunque sea mentira, escribiendo unas falsas memorias del suicidado. Y ahí nos encontramos al negro (escritor de alquiler, insisto) que viaja a un pueblo que al parecer no existe, en busca de un misterio relacionado con Mariñas, que así se llama el suicidado... El resto es previsible, el pueblo existe (obvio) y esconde algo en relación con Mariñas (obvio también) pero da igual, el libro es entretenido, previsible hasta cierto punto (un par de sorpresas sí me he llevado porque Rosa no se da por satisfecho con la aparición del pueblo sino que riza el rizo del rizo) pero interesante y más aún con los comentarios que se suman en la revisión de Rosa en la que se pone en relieve las fallas argumentales que tiene, que no son pocas pero que, contra lo que dice el autor, en muchos casos no rompen la verosimilitud (en otros sí) que es lo único con lo que una novela tiene que comprometerse.

En definitiva merece la pena pasar un rato en esta maldita novela sobre la guerra civil, línea por línea porque lo que no interese al lector sobre la trama le interesará al ver cómo el autor lo destroza y, de no estar de acuerdo con la destrucción pues lo dicho, hay que centrarse en la novela; dos por el precio de uno ¿se puede pedir más? (vale, sí, se puede, podría ser una gran novela que se queda en interesante pero, gracias a la revisión quien esto escribe va a profundizar más en este autor -que hasta ahora era un eterno pendiente- porque promete, vaya si promete)

El animal moribundo



Cada vez que me he puesto a pensar en cómo empezar a escribir esta reseña, el único adjetivo que se me venía a la mente era sórdido; y es que sólo se pueden escribir reseñas sórdidas ante los autores sórdidos que escriben libros sórdidos… y, para colmo de males, el libro no es malo, al contrario, es interesante, está maravillosamente bien escrito, e incluso atrapa, pero es imposible leerlo sin tener una continua sensación de desasosiego.


Inciso: Hace años dejé a medias La conjura contra América porque, aunque la historia estaba tan bien trazada que tuve que investigar si realmente Lindbergh había llegado a algo en política, la densidad del mismo se me hizo bola; fue uno de esos libros que, al no querer dejar a medias, se perdió por casa misteriosamente,  y aún no ha aparecido (y eso que me he mudado)

Y es que Roth, aunque es innegable que es un fantástico escritor, es uno de esos autores que se me hace bola pero, en el caso de El animal moribundo, estoy convencida de que eso es precisamente lo que el sórdido autor quiere, que se haga bola, que duela leerlo, que sea incómodo y haya que leer esta ¿aventura amorosa? narrada en primera persona con cara de oler algo profundamente desagradable.

El animal moribundo narra la historia de un profesor universitario que tiene aventuras con sus estudiantes más deseables una vez que estas dejan de serlo; las selecciona, organiza una fiesta para que el asunto sea discreto y allí seduce o deja seducir. No hay nada censurable en esto, nada mínimamente sórdido, al personaje le gusta el bello sexo y no quiere complicarse la vida, la dificultad viene cuando el narrador es el propio profesor, un ser etéreo en un mundo cultural (aunque una de sus más deseables estudiantes, Consuelo, no conoce a Velázquez ni de nombre) que se despacha con frases como:

Siento curiosidad por su manera de ser porque quiero follármela. No necesito todo este interés por Kafka y Velázquez. Mientras converso así con ella, me pregunto cuánto más voy a tener que aguantar […] Cuando llevamos veinte minutos […] me pregunto ya: ¿Qué tiene esto que ver con sus tetas, su piel y su porte? El arte francés del coqueteo no me interesa, al contrario que el impulso salvaje

Para David el sexo es puro instinto animal, el ambiente intelectual con que lo rodea sólo es utilizado para atrapar a sus presas, pero ojo, no es una cuestión de machismo ni misoginia porque no contempla a las mujeres igual que no contempla a los hombres… David es un misántropo de manual, lujurioso, pero misántropo.

La historia se centra en una de sus conquistas, la que realmente le marcó y, a partir de aquí, empieza lo sórdido; Consuelo es una muchacha cubana, muy cubana, de la que, a su particular sórdida manera se enamora, porque más que amor es un anhelo de posesión total, de ahí que la descripción que hace de las relaciones sexuales que tienen, sin que haya parafilias ni cosas así, sea tan sórdida, dé esa sensación de sucio sin que a quien esto escribe le haya parecido excitante ni por un segundo. No es que sólo describa el sexo, ni mucho menos, porque, como decía, su relación no es sexual, es una relación de posesión, a la vez de un deseo de ser poseído.

Desde la noche en que nos acostamos por primera vez, hace ocho años, jamás tuviera un momento de paz, el motivo de que […] a partir de entonces me embargó la debilidad y la preocupación. “nunca podré ser tu mujer” […] en aquel momento, cuando le acariciaba las nalgas mientras ella me explicaba que no podía ser mi mujer, nacieron mis terribles celos.

Pero al mismo tiempo, el lector siente momentos (breves) de simpatía por David, un hombre al que su propio hijo detesta… a pesar de estar casi repitiendo su historia. De alguna manera es como si El animal moribundo nos pusiera en la tesitura de ver si es mejor ser un amoral y pasar de todo y de todos como David o ser extremadamente rígido en la moral y hacerse una úlcera como su hijo… Porque si David es sórdido, su hijo, que sí cumple las normas y de no hacerlo se siente culpable, es infinitamente más antipático en su implacable búsqueda de deseos ajenos y su total falta de capacidad de perdón.

En definitiva El animal moribundo plantea los oscuros más oscuros del ser humano, el amor salvador cuando no lo es tanto, la transigencia y la intransigencia, las relaciones de posesión; un libro sórdido pero muy recomendable y que os invitamos a desmenuzar un mes más en el Club de lectura 2.0, cuyas reseñas también podéis leer aquí, aquí y aquí.