Juliet, desnuda


Porque yo también fui fan de adolescente, entiendo perfectamente la fascinación que siente Duncan por su idolatrado cantante.
Porque yo también fui fan de adolescente, entiendo perfectamente la prepotencia de Duncan a la hora de erigirse en el fan que más sabe, el máximo experto mundial y cuanta etiqueta quiera ponerse a la hora de hablar de Tucker Crowe.
Porque yo también fui fan de adolescente, entiendo perfectamente que Duncan tenga a Tucker Crowe en la cúspide de su pirámide vital.

Pero lo dicho, de adolescente, que un buen día cumplí 16 años y se me pasó, seguí escuchando música (de hecho empecé a escuchar buena música), admirando a tirios y troyanos, pero mi cúspide empezaron a ocuparla asuntos más mundanos.

¿A qué viene todo esto? A que Juliet, desnuda -escrita por el autor de Alta fidelidad, Nick Hornby- narra la historia en torno a un fan, literalmente; durante unas ochenta páginas vemos cómo la vida de Duncan y su novia Annie tiene como centro a un desaparecido cantante de los ochenta llamado Tucker Crowe, vemos cómo viajan hasta Estados Unidos para visitar los servicios en los que Crowe tuvo una epifanía que lo apartó de la música y desapareció, vemos a Duncan visitando la casa de Juliet, la musa de Crowe, que le rompió el corazón inspirando así el mejor disco compuesto jamás… y vemos, ya en esas primeras ochenta páginas, que Annie, aunque también le gusta Crowe, está un poco hasta las narices de apartar su vida a un lado porque el señor con el que lleva quince larguísimos años se deja arrollar por su amor a la figura de un ser legendario del que no se sabe nada hace décadas.

Y entonces, un día, aparece Juliet, desnuda un disco de versiones en bruto de Juliet –el último disco antes de que Crowe desapareciera del mapa- y todo da un vuelco. Annie comete el error (que no es tal) de escuchar el cd antes de que Duncan llegue a casa y, aunque le gusta, no le parece que esté a la altura de Juliet… Duncan, por el contrario, descubrirá que el nuevo es mucho mejor y así, como mayor croweologo universal, se lo hace saber al mundo desde su página web… Y se desata el infierno, Annie se siente herida (porque está hasta el gorro del tema, más que nada) y contraataca con su propia reseña del cd, para ponerlo a caer de un burro. Entonces ocurre algo aún más inesperado que la aparición del cd tras veinte años de ausencia, y es que Annie recibe un email de Tucker Crowe in person y, más sorprendente aún, Tucker Crowe, el verdadero, resulta ser una persona real que poco, o nada, tiene que ver con el ser legendario que sólo existe en los sueños calenturientos de los croweólogos… y también considera que Juliet, desnuda es una chufla.

Con este argumento tan variopinto, Juliet, desnuda resulta ser un viaje a las entrañas del fanatismo (al principio) que se torna en algo mucho más profundo, más de verdad, cuando losbeliebers -que es ni, más ni menos, lo que son los croweólogos- se apartan y la Annies del mundo se les inflan las narices y conocen a la gente real, que es mucho más simpática, dónde va a parar:

Te he dado mucha información, me temo, y no creo que puedas dudar seriamente que yo soy yo. Soy muy yo y hoy desearía muy mucho no serlo.

Un libro lleno de ternura

el amor eres tú, y cuando tú te vas, el amor se ha ido.

pero exento de ñoñería, con momentos hilarantes, maravillosamente bien escrito (y no es un detalle menor, el estilo es, digamos, curioso) y que, a través de una historia sencilla, transmite una sensación de serenidad que ya quisiéramos alcanzar en estos tiempos con la que está cayendo.

84, Charing Cross Road

El libro de este mes para el club de lectura 2.0 es, sencillamente, una delicia que leí hace menos de un año y que he vuelto a visitar hoy mismo como quien va a ver a un viejo amigo sabiendo que el tiempo que pase con él va a ser, a pesar de la brevedad de lo compartido, profundamente agradable. Podéis leer las otras reseñas aquí, aquí y aquí.

84, Charing Cross Road no cuenta una historia en sentido estricto, de hecho 84, Charing Cross Road no es ni siquiera un título; En el número 84 de la calle Charing (llevo horas muerta de risa con este absurdo chascarrillo de "la calle Charin" que seguro sólo me hace gracia a mí, no me peguen y permítanme tan libérrima traducción) se encuentra una librería que irá recibiendo las peticiones de una pintoresca escritora americana en la inmediata posguerra. En esta curiosa relación epistolar (que es real, por cierto -dijo la bloguera, como si fuera un detalle menor) tenemos de un lado a una escritora judía que vive en Nueva York y del otro los trabajadores de la librería Marks Co. libreros que se escriben durante años con la excusa inicial de la búsqueda de libros raros y de segunda mano pero que, casi de inmediato, irán regando de detalles vitales, regalos diversos y mucha, mucha generosidad... y generosidad de la que de verdad cuenta.

A través de las cartas veremos no sólo los detalles de la vida de los personajes (más expuestos y personales si se trata de las mujeres) y, por supuesto, los extensos gustos literarios de Helene -una mujer que, como Cervantes, se lee todo lo que cae en sus manos, incluso el papel de envolver:
“Vivimos en una época depravada, destructora y degenerada, en la que una librería -¡una LIBRERÍA! – no tiene el más mínimo reparo en destrozar hermosos libros antiguos para emplear sus páginas como papel de embalaje […] Han roto ustedes el libro en mitad de una gran batalla… y ni siquiera consigo averiguar de qué guerra se trataba”
Sino que también podemos comprobar que el tópico de que los ingleses son más reservados que los estadounidenses es absolutamente cierto, y ahí tenemos a Helene regañando a Frank, tratándole como a un viejo amigo, casi desde la primera carta mientras que del otro lado la amabilidad se mantiene en todo momento y, a la hora de meterse en terrenos personales en lugar de preguntar uno se presenta, se expone primero.

Y por supuesto está todo lo que hay detrás, el racionamiento, los regalos, las diferencias culturales, la comida Kosher y un sinfín de detalles que riegan el libro para ver que las nuevas tecnologías no inventaron las relaciones (relaciones de verdad) a distancia, sólo las hicieron más rápidas.

Me encantaría conocer a alguien tan interesante como Helene, me gustaría tener una librería de cabecera como esta del número 84 de Charing Cross Road... If only