Como somos unos locos, los lectores del Club de lectura 2.0 este año nos propusimos leer 15 libros juntos en lugar de 12, así que en verano había que apretar; en este mes de calor tocaba leer además de a Kundera, El lugar más feliz del mundo del nuevo y flamante director del periódico El Mundo, David Jiménez.
Confieso que no conocía a David Jiménez hasta que fue nombrado director de un periódico que ojeo (sí, sin h, cómo lo voy a hojear si hasta ahora no lo hubiera comprado jamás por conspiranoico y ahora leo casi exclusivamente en digital) de vez en cuando así que no tenía muchos prejuicios que derribar y, la verdad, después de la lectura de El lugar más feliz del mundo es posible que le preste más atención al periódico El Mundo, aunque sólo sea para ver qué reportajes de lugares remotos encuentro en él.
El lugar más feliz del mundo es un libro compuesto de pequeños cuadros costumbristas de lugares remotos pero, sobre todo, es un libro construido a través de las sensaciones de su autor, David Jiménez, reportero en Asia que se dedicaba a ir allá donde saltaba la noticia. No tener un sitio fijo en el que anclarse le ha dado la experiencia del viajero (no confundir viajero con turista) en una época en la que aún se podía viajar por el mundo, ir a lugares remotos y conocer de verdad la realidad de los sitios en vez que los parques temáticos para turistas que están ahora tan de moda y, en muchos casos, existen por motivos de seguridad y, ojo, esa cualidad del viajero nunca ha sido sencilla, ya se encarga Jiménez en contarnos cómo consigue, en muchos casos, visados a base de ocultar su condición de periodista en un mundo en el que el periodismo es cada vez un testigo más incómodo.
El libro está dividido en 6 partes: en la primera nos lleva de la mano por una serie de Lugares todos por supuesto exóticos y no aptos para todos los estómagos, después nos traslada a la dificultad especial que tienen las Fronteras, para enseñarnos a continuación algunas Calles en las que han tenido lugar acontecimientos históricos de relevancia y que, seguramente, todos recordamos (¿quién no recuerda al señor que se plantó delante de un tanque en la plaza de Tiananmen?); desde ahí visitamos algunas de las Celdas en las que sobreviven como pueden en condiciones inhumanas, después nos muestra algunos Amaneceres, esto es, pueblos que están empezando a despertar al mundo tal y como creemos que es el mundo y, por último, la parte que más me ha gustado de todas las del libro: Retornos, en la que David Jiménez vuelve a sitios en los que ya ha estado (en ocasiones nosotros también con él unas páginas más atrás) y nos muestra cómo han cambiado con el paso de los años.
El lugar más feliz del mundo es, como decía, un libro de sensaciones más que de historias (para las historias debieran ustedes leer los reportajes que salieron de cada viaje) y, por ello, es un libro para dejarse llevar, un libro que en el que no hace falta seguir un hilo y, si les soy sincera, ni siquiera hace falta recordar mucho de lo que cuenta como si de una historia ajena se tratara; al ser sensaciones cada historia puede haber sido incorporada a las propias anécdotas, olvidada o simplemente sentida, no es un libro para sacar grandes conclusiones, para aprender grandes historias, casi al contrario, es un libro para olvidar todo lo aprendido, para no dar nada por hecho, en palabras del propio autor:
Nos vemos el 1 de septiembre con Vestido de novia de Pierre Lemaitre.
El lugar más feliz del mundo es un libro compuesto de pequeños cuadros costumbristas de lugares remotos pero, sobre todo, es un libro construido a través de las sensaciones de su autor, David Jiménez, reportero en Asia que se dedicaba a ir allá donde saltaba la noticia. No tener un sitio fijo en el que anclarse le ha dado la experiencia del viajero (no confundir viajero con turista) en una época en la que aún se podía viajar por el mundo, ir a lugares remotos y conocer de verdad la realidad de los sitios en vez que los parques temáticos para turistas que están ahora tan de moda y, en muchos casos, existen por motivos de seguridad y, ojo, esa cualidad del viajero nunca ha sido sencilla, ya se encarga Jiménez en contarnos cómo consigue, en muchos casos, visados a base de ocultar su condición de periodista en un mundo en el que el periodismo es cada vez un testigo más incómodo.
El libro está dividido en 6 partes: en la primera nos lleva de la mano por una serie de Lugares todos por supuesto exóticos y no aptos para todos los estómagos, después nos traslada a la dificultad especial que tienen las Fronteras, para enseñarnos a continuación algunas Calles en las que han tenido lugar acontecimientos históricos de relevancia y que, seguramente, todos recordamos (¿quién no recuerda al señor que se plantó delante de un tanque en la plaza de Tiananmen?); desde ahí visitamos algunas de las Celdas en las que sobreviven como pueden en condiciones inhumanas, después nos muestra algunos Amaneceres, esto es, pueblos que están empezando a despertar al mundo tal y como creemos que es el mundo y, por último, la parte que más me ha gustado de todas las del libro: Retornos, en la que David Jiménez vuelve a sitios en los que ya ha estado (en ocasiones nosotros también con él unas páginas más atrás) y nos muestra cómo han cambiado con el paso de los años.
El lugar más feliz del mundo es, como decía, un libro de sensaciones más que de historias (para las historias debieran ustedes leer los reportajes que salieron de cada viaje) y, por ello, es un libro para dejarse llevar, un libro que en el que no hace falta seguir un hilo y, si les soy sincera, ni siquiera hace falta recordar mucho de lo que cuenta como si de una historia ajena se tratara; al ser sensaciones cada historia puede haber sido incorporada a las propias anécdotas, olvidada o simplemente sentida, no es un libro para sacar grandes conclusiones, para aprender grandes historias, casi al contrario, es un libro para olvidar todo lo aprendido, para no dar nada por hecho, en palabras del propio autor:
cuanto más viajo, más experiencias acumulo y más mayor me hago, más me cuesta distinguir entre buenos y malos. Si me preguntan qué he aprendido en todos estos años, en la guerra, en la revolución, o en el desastre natural, diría que somos bruma. Nunca todo claridad, rara vez completa oscuridad.Pueden leer el resto de reseñas del Club es los lugares habituales: Carmen, Newland, Desgraciaíto así como seguirnos en la página del Club de lectores en la que, además de las reseñas, se enlazan los podcast que hacemos sin regularidad alguna.
Nos vemos el 1 de septiembre con Vestido de novia de Pierre Lemaitre.
Está bien, nos ha gustado a todos y eso tiene mérito. Yo creo que es un recopilatorio y que no son historias contadas solo en el libro. Si realmente fueran historias para el libro creo que podría haber profundizado un poco más.
ResponderEliminarSi profundiza nos vamos al reportaje, son pequeñas escenas sin más y por eso me gusta :)
EliminarNo sé yo si nos ha gustado a todos. Pau le pone la etiqueta de aburrimiento infinito!!
ResponderEliminarUna cosita. Él viaja, sí, pero en realidad va a esos sitios porque le pagan por ello, es su oficio. Es como si un tipo que trabaja en una mesa de mercados critica a los pequeños inversores de bolsa, más o menos. Como dice Desgraciaíto en su post (creo), hay algo de pretencioso que mola poco en el libro.
Ha sido un lapsus lo de la etiqueta, ya está arreglado.
EliminarNo sé qué decirte,,porque yo no iría a la mitad de los sitios que describe ni por todo el oro del mundo, ni cobrando ni como turista... Si hay algo pretencioso, y lo tienen tooodos los viajeros que miran a los turistas por encima del hombro.
Ay, alma gemela en el turismo, qué fenomenal. El viajero tiene otro empaque, otro conocimiento del mundo (y las gentes, que lo dice en el libro) que nosotros, pobres mataos, no tendremos nunca.
ResponderEliminarEl libro está bien, muy bien para ser del club. Porque esto ya es como las pelis españolas...no está mal, para ser española.