Imagine por un momento que se sienta usted en una cafetería
y, a su lado, hay una pareja de mujeres contándose cosas; por cuestiones del
destino no lleva ni libro, ni periódico, ni tiene acceso a internet de ningún
tipo por lo que, mientras se toma su café, lo único que puede hacer para
entretenerse es escuchar esa conversación y asistir así al pedazo de la vida de
esas mujeres que, sin advertir siquiera su presencia, se están contando cosas
de la vida. La conversación que presencia es amena, está bien hilada y es interesante
a ratos, a pesar de que la ha pillado usted a medias… Disfruta su café y la
conversación ajena pero llegado un momento, breve, unos quince minutos, puede
que menos, debe levantarse y volver a enfrascarse en su vida, por lo que nunca
llega a saber cómo acaba lo que han contado ninguna de esas mujeres, sólo ha
podido apreciar un fragmento pequeño que no tiene principio, ni nudo, ni final…
Pues sepa que escuchar conversaciones ajenas está muy feo
así que, si le ha cogido el gusto a escuchar a esas mujeres, bien puede
enfrascarse en la lectura de Las lunas de
Júpiter de la ínclita premio Nobel Alice Munro, porque la idea es la misma.
Las lunas de Júpiter
es una compilación de relatos breves en los que Alice Munro nos sitúa en esa
cafetería metafórica y nos muestra un fragmento de la vida de unas mujeres, al
que hemos llegado sin previo aviso y del que nos vamos de la misma manera. Está
maravillosamente bien escrito pero siempre nos deja con ganas de saber a dónde
va y por qué demonios nos está contando lo que nos está contando… y, de hecho,
en uno de los primeros relatos (confieso que se me han desdibujado no ya al
terminar el libro sino a medida que lo iba leyendo, un erial) nos hace
un guiño como si faltara “chicha” en la historia:
“Si hubiese sido más joven, me hubiera inventado una historia. Hubiera seguido insistiendo en que el señor Black estaba enamorado de una de mis tías y que una de ellas, no necesariamente aquella de la que él estaba enamorado, estaba enamorada de él”
Y es que Munro no nos cuenta nada extraordinario… bueno,
miento, lo más curiosos es que sí nos cuenta historias que no tienen nada de
ordinario, pero lo hace de tal manera que no percibimos ninguna excentricidad,
ni apenas nada que merezca la pena ser contado salvo que nos afecte
directamente…
Con este libro los aguerridos miembros del Club de lectores
hemos decidido terminar el año (reseñas en sus sitios habituales: bichejo,
Carmen, Desgraciaíto y Newland) un libro que no me atrevo a recomendar pero que
tampoco quiero espantar su lectura porque, como decía, está bien escrito y es
lo suficientemente corto como para que apetezca asistir a ese fragmento de vida…
eso sí, si vuelvo a visitarlo (que lo haré a lo largo de este mes, a medida que
hablemos de él) no será de principio a fin, que si algo bueno tienen los
relatos breves es que se pueden leer algunos y dejar otros.
Insistes varias veces en la brevedad. Y, como dice Juanjo, podrán ser pocas páginas, pero no es breve. Para mí ha sido un ladrillo y si en vez de doscientas páginas hubiera tenido 400, me habría rendido.
ResponderEliminarSería breve si se pudiera leer un relato cada lustro, o mejor, cada década. Es verdad que está muy bien escrito, lo admito, pero eso en sí mismo no es un gran valor si no cuentas absolutamente nada. Lo resumes muy bien en tu etiqueta psé, es decir ni chicha ni limoná.
ResponderEliminarLo mejor del libro ha sido, con diferencia, terminarlo y pasar página.