Proyecto Christie. Diez negritos

Soy consciente de que no voy a descubrirle a nadie la pólvora al elogiar esta novela de Agatha Christie, pero es que, se publique cuando se publique este post (se ha cruzado por el medio este otro proyecto), es la primera novela policiaca que leo desde que era adolescente y la primera que leo de esta autora, que siempre he mirado con cierta fascinación por su vida pero no tanto por su obra... tenía prejuicios con la policiaca, qué le vamos a hacer.

La señora Christie, siempre pensativa
Así que, como hace dos dias -desde la escritura del post, que esto, insisto, se publicará después- y por motivos de salud tenía que estar inmovilizada un par de horas, le pedí a Zor una novela que no tuviera más de 200 páginas para darle un buen achuchón en esas dos horas y terminarla cuando fuera y, tras descartar un montón de títulos de ciencia ficción, se me ocurrió que podía ser un buen momento para algo tan intrascendente como Agatha Christie; primero pensé en Asesinato en el Orient Express, historia que conozco en detalle del gritón de versiones que se han hecho en cine, pero no andaba por casa, así que opté por la que sí y qué decir de ella: una delicia cuya historia tiene también un gritón y medio de versiones pero, curiosamente, aunque las hay a montones ninguna que de las que yo conozco se ambienta en la isla del negro sino que, al tratarse de misterio y crímenes, son muchos los autores de terror que la han llevado al cine a su manera.

La historia se nos hace sencilla porque, como decía, ya nos la han contado en distintas versiones un gritón de veces, pero hay que valorar el hecho de que quien primero la contó fue la señora Christie y, por si eso no fuera suficiente, además no ha perdido ni un ápice de emoción... porque no es realmente sencilla, es complicada a más no poder, llena de giros fascinantes.

Un grupo de desconocidos son invitados a pasar una noche en una mansión de la misteriosa isla del Negro; se trata de un grupo de ocho invitados (cada uno invitado por un motivo y persona diferente) y un matrimonio de criados que se encargará de atenderles. Una vez llegan a la isla, y son aislados, vemos cómo ninguno de ellos tiene muy claro el motivo real de la invitación ni quién demonios les ha invitado... El anfitrión de todos ellos, un tal Owen al que ninguno conoce, no aparece ¡sorpresa!, y de hecho los criados tampoco lo han visto nunca (han sido contratados por una agencia) Aún así, a pesar de la extrañeza qué demonios, son british, así que deciden disfrutan de la estancia. Tras la primera cena, a la hora de servir el café, suena un disco horrible que acusa a cada uno de los presentes de un terrible asesinato. Cunde el pánico y todos niegan su culpa ofendidos, salvo dos: uno, un inconsciente que atropelló a dos niños y sólo lamenta haber perdido un año el carné de conducir, y otro que dejó morir de hambre a veinte indígenas y no lamenta nada, después de todo hablamos del Imperio Británico y eran sólo indígenas (algo estaba cambiando en Reino Unido en 1939 -curioso año ¿verdad?- cuando se puede poner a un personaje al que no se odia de entrada sin inmutarse ante ese hecho al tiempo que se pone ese hecho como un crimen perseguible y castigable).

En la casa hay dos detalles de importancia, diez pequeñas esculturas que representan a diez negritos (no me vengan con lo políticamente correcto, sé lo feo que suena negrito hoy en día, pero entiéndanme, la novela se llama así y me parece que es el nombre adecuado para las esculturas) y un poema infantil que reza como sigue:
Diez negritos se fueron a cenar;
uno se asfixió y quedaron nueve.
Nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde;
uno se quedó dormido y entonces quedaron ocho.
Ocho negritos viajaron por Devon;
uno dijo que se quedaría allí y quedaron siete.
Siete negritos cortaron leña;
uno se cortó en dos y quedaron seis.
Seis negritos jugaron con una colmena;
una abeja picó a uno de ellos y quedaron cinco.
Cinco negritos estudiaron Derecho;
uno se hizo magistrado y quedaron cuatro.
Cuatro negritos fueron al mar;
un arenque rojo se tragó a uno y quedaron tres.
Tres negritos pasearon por el zoo;
un gran oso atacó a uno y quedaron dos.
Dos negritos se sentaron al sol;
uno de ellos se tostó y sólo quedó uno.
Un negrito quedó solo;
se ahorcó y no quedó... ¡ninguno!
Después de la cena, después de escuchar esas acusaciones, el inconsciente conductor toma un trago de su copa y cae muerto; al parecer ha tomado algún veneno (uno de ellos es médico) y ha muerto asfixiado... como es un inconsciente todos dan por hecho que se ha suicidado... en realidad es que tienen algo de miedo por lo desagradable de la situación pero, dado que ninguno de ellos se siente un asesino, no tienen motivos para relacionar el disco y el poema con su propia situación. A partir de ahí, lo esperable: van cayendo como moscas y el lector tratará de saber quién es el asesino acompañando a cada personaje en su busca. 

Lo maravilloso de la novela, y es con eso con lo que yo no contaba, es que la autora va cediendo y quitando voz a cada personaje y gracias a este artificio narrativo descubriremos quién es de veras un asesino gracias a su propia confesión, sentiremos lo que ello sienten, pensaremos lo que ellos piensan  de sí mismos y de los demás a medida que van desapareciendo... ¡y eso sin saber quién es el asesino!

Así que, querido lector, pierda sus prejuicio y déjese engañar por la señora Christie, si a pesar de ser literatura policiaca -hemos perdido la inocencia tiempo ha- y de una mujer -no necesito decir más ¿verdad?- las novelas de Agatha Christie se siguen leyendo locamente es porque trascienden un género que, como decía, no me fascina, por el estilo narrativo, por el tempo y la universalidad de lo que trata.

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