El animal moribundo



Cada vez que me he puesto a pensar en cómo empezar a escribir esta reseña, el único adjetivo que se me venía a la mente era sórdido; y es que sólo se pueden escribir reseñas sórdidas ante los autores sórdidos que escriben libros sórdidos… y, para colmo de males, el libro no es malo, al contrario, es interesante, está maravillosamente bien escrito, e incluso atrapa, pero es imposible leerlo sin tener una continua sensación de desasosiego.


Inciso: Hace años dejé a medias La conjura contra América porque, aunque la historia estaba tan bien trazada que tuve que investigar si realmente Lindbergh había llegado a algo en política, la densidad del mismo se me hizo bola; fue uno de esos libros que, al no querer dejar a medias, se perdió por casa misteriosamente,  y aún no ha aparecido (y eso que me he mudado)

Y es que Roth, aunque es innegable que es un fantástico escritor, es uno de esos autores que se me hace bola pero, en el caso de El animal moribundo, estoy convencida de que eso es precisamente lo que el sórdido autor quiere, que se haga bola, que duela leerlo, que sea incómodo y haya que leer esta ¿aventura amorosa? narrada en primera persona con cara de oler algo profundamente desagradable.

El animal moribundo narra la historia de un profesor universitario que tiene aventuras con sus estudiantes más deseables una vez que estas dejan de serlo; las selecciona, organiza una fiesta para que el asunto sea discreto y allí seduce o deja seducir. No hay nada censurable en esto, nada mínimamente sórdido, al personaje le gusta el bello sexo y no quiere complicarse la vida, la dificultad viene cuando el narrador es el propio profesor, un ser etéreo en un mundo cultural (aunque una de sus más deseables estudiantes, Consuelo, no conoce a Velázquez ni de nombre) que se despacha con frases como:

Siento curiosidad por su manera de ser porque quiero follármela. No necesito todo este interés por Kafka y Velázquez. Mientras converso así con ella, me pregunto cuánto más voy a tener que aguantar […] Cuando llevamos veinte minutos […] me pregunto ya: ¿Qué tiene esto que ver con sus tetas, su piel y su porte? El arte francés del coqueteo no me interesa, al contrario que el impulso salvaje

Para David el sexo es puro instinto animal, el ambiente intelectual con que lo rodea sólo es utilizado para atrapar a sus presas, pero ojo, no es una cuestión de machismo ni misoginia porque no contempla a las mujeres igual que no contempla a los hombres… David es un misántropo de manual, lujurioso, pero misántropo.

La historia se centra en una de sus conquistas, la que realmente le marcó y, a partir de aquí, empieza lo sórdido; Consuelo es una muchacha cubana, muy cubana, de la que, a su particular sórdida manera se enamora, porque más que amor es un anhelo de posesión total, de ahí que la descripción que hace de las relaciones sexuales que tienen, sin que haya parafilias ni cosas así, sea tan sórdida, dé esa sensación de sucio sin que a quien esto escribe le haya parecido excitante ni por un segundo. No es que sólo describa el sexo, ni mucho menos, porque, como decía, su relación no es sexual, es una relación de posesión, a la vez de un deseo de ser poseído.

Desde la noche en que nos acostamos por primera vez, hace ocho años, jamás tuviera un momento de paz, el motivo de que […] a partir de entonces me embargó la debilidad y la preocupación. “nunca podré ser tu mujer” […] en aquel momento, cuando le acariciaba las nalgas mientras ella me explicaba que no podía ser mi mujer, nacieron mis terribles celos.

Pero al mismo tiempo, el lector siente momentos (breves) de simpatía por David, un hombre al que su propio hijo detesta… a pesar de estar casi repitiendo su historia. De alguna manera es como si El animal moribundo nos pusiera en la tesitura de ver si es mejor ser un amoral y pasar de todo y de todos como David o ser extremadamente rígido en la moral y hacerse una úlcera como su hijo… Porque si David es sórdido, su hijo, que sí cumple las normas y de no hacerlo se siente culpable, es infinitamente más antipático en su implacable búsqueda de deseos ajenos y su total falta de capacidad de perdón.

En definitiva El animal moribundo plantea los oscuros más oscuros del ser humano, el amor salvador cuando no lo es tanto, la transigencia y la intransigencia, las relaciones de posesión; un libro sórdido pero muy recomendable y que os invitamos a desmenuzar un mes más en el Club de lectura 2.0, cuyas reseñas también podéis leer aquí, aquí y aquí.

6 comentarios:

  1. Yo es que distinguiría entre bien escrito sintácticamente o buenas frases y por otro lado una buena armazón de la novela. Y yo creo que tiene buenas frases, pero la novela en sí es errática y va dando bandazos sin una unidad a lo largo de las pocas páginas del libro.

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  2. Lo que más agradezco de la novela es que al menos está bien escrita, las frases bien construidas y no agrede. Y la brevedad, claro. 800 páginas así y hubiésemos estado ante otro "La vida entera"
    Y no siento la menor simpatía por David, pero antipatía tampoco. No me lo creo, y como no me lo creo, me es completamente indiferente. Me parece un guay de la vida, un cómomolo, y es pura fachada.

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  3. Es sórdido en un mundo muy chic y muy cool, muy pijo guay, muy de élite. Entonces es una sordidez del alma.

    Sigo discrepando con ND, la estructura no es mala. No es lineal, él está contándole algo a alguien y va y viene, pero las aparentes digresiones están en mi opinión justificadas.

    Tienes tazón, Bich: 800 páginas y nos morimos!

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  4. ¿A quién creéis que cuenta su historia David Kepesh? ¿Quién debe ser ese "personaje desconocido" al que se refieren en la sinopsis que incluye la editorial Alfaguara?

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  5. Te lo digo por aquí por si no lo ves en el Club de lectores 2.0:
    Yo creo que le está hablando directamente al lector, es una práctica común desde principios del XX hacer lo que en teatro se llamaría "romper la cuarta pared", es decir, interpelar directamente al lector y convertirlo así en un personaje; las razones por las que lo creo son varias, la primera y fundamental es que ese personaje es desconocido de principio a fin, no tiene voz propia, se limita a escuchar igual que hace el lector, lee pero no interactúa con el texto, no hay respuesta por parte del texto a sus inquietudes, la segunda es que es una forma que tiene Kepesh de involucrar al lector y hacerle partícipe de sus sensaciones y vivencias, pero desde un punto de vista en el que da más pudor juzgarlo (y sin embargo es imposible no hacerlo)
    Supongo que estás haciendo un trabajo sobre el libro, espero que lo hayas leído porque si no, palabra de profe, se nota :)

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  6. Pues no acabo de estar de acuerdo, Livia. Esa persona con la que habla se supone que le conoce mucho, bastante, al menos. Y hacia el final tiene incluso voz en el relato.
    Hay gente que habla de que podría hablar con un psicoanalista o con la propia Muerte. Pero es algo que aún sigue sin tener suficiente fuerza, a mi parecer. Voy a releer el texto y decidir.
    Muchas gracias, por cierto :)

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